El sentido de la vida II. Psicoterapia humanística y existencial

 

El sentido de la vida II

Psicoterapia humanística y existencial

Todos los que estamos aquí reunidos presentamos, de un modo u otro, problemas de aislamiento, de falta de fundamentos, y preocupaciones acerca de la carencia de significado en la vida. Cada uno de nosotros anhelamos mantener relaciones satisfactorias con los demás, mostrarnos sólidos en los cimientos en los que nos apoyamos y en los valores que defendemos.

La angustia y todas las conductas problemáticas e inadaptadas que hemos sufrido o estamos aún manteniendo, son el resultado de estas preocupaciones esenciales, que todos, en algún momento de nuestra vida, hemos padecido.

A lo largo de las entregas hemos analizado por separado cada una de estas cuestiones, pero en la vida real están mezcladas y representan la esencia de la terapia que llevamos a cabo, independientemente del motivo por el que cada uno de vosotros ha acudido a consulta.

Las preguntas que puedas plantearte acerca del sentido de tu vida, siempre van más allá de todas las respuestas. Con el tiempo descubres que cuanto más te empeñas en buscar significados menos los encuentras, y que cuanto más busques sentirte bien, más se te escapará. Ya que, si de verdad deseas estar bien, la búsqueda del bienestar la encontrarás en los significados que descubras para tu vida, y no tanto en los acontecimientos que te generan tranquilidad, como pueden ser el éxito social o material, la dependencia, o los deseos de protección, agrado, y simpatía hacia los demás.

Aunque estos temas no han sido tratados directamente por nosotros en el transcurso de la terapia, han estado presentes al hablar de la voluntad, de la responsabilidad, de la relación con tu psicólogo y de la falta de sentido en la vida. Precisamente ha sido en el modo y en la forma de aderezar estas cuestiones, aparentemente poco importantes, donde hemos utilizados los “condimentos” terapéuticos que han conducido, en algunos casos con mucha satisfacción por nuestra parte, a cambios significativos en algunos de vosotros.

Ha sido en esta terapia de la existencia donde hemos comenzado a humanizarnos y a profundizar en nuestros sentimientos, dando sentido y coherencia a las innumerables emociones que conforman nuestra vida diaria. A veces, las consecuencias de este conocimiento íntimo se han mostrado, para unos muy dolorosas, para otros redentoras. Pero la más importante ha sido saber sobreponerse y estar por encima de nosotros mismos, olvidando penas y remordimientos.

La utilidad clínica del trabajo realizado hasta la fecha, desde nuestro punto de vista, es indiscutible. Ahora es el momento de llevar a la práctica mucho de lo aquí expuesto. Todo lo dicho en las entregas es sumamente flexible y fácil de adaptar a cualquier situación o lugar en el que nos encontremos. Nuestra labor ha consistido en clarificar y sacar a la luz los datos que antes de conocernos permanecían en la oscuridad. Trabajar con vosotros resulta y sigue resultando estimulante y muy enriquecedor. Agradezco la confianza depositada en mi al hacerme cómplices de vuestros secretos, que tanta luz aportan a todos aquellos que aún continúan su andadura para salir del túnel, en el que inocentemente, penetraron, hace ya largo tiempo. Nuestro futuro podemos modificarlo, y en eso estamos, enriqueciéndonos día a día, con nuevas historias que estimulan nuestra imaginación y nos ayudan a ser más creativos en ese difícil arte de construir nuestras vidas.

A continuación, analizaremos las consecuencias clínicas de la pérdida de sentido vital y los factores existentes en nuestra sociedad que contribuyen a la carencia de significado:

Las cuestiones religiosas no son actualmente tan significativas para nosotros como lo fueron para nuestros padres o abuelos. Las necesidades básicas de supervivencia tales como la alimentación y la vivienda las hemos ido resolviendo con mayor rapidez que en el pasado, con ayuda, en muchos casos, de nuestros padres. Hemos aumentado el tiempo libre y de ocio, trabajamos menos horas ahora que hace 30 años. Y tenemos cada vez menos responsabilidades de qué ocuparnos. Vista así la situación, a quién le sorprende que alguien se pregunte qué hacer con el tiempo libre, a qué dedicarlo. Y lo más revolucionario respecto al pasado, es que somos libres para hacer con nuestro tiempo lo que queramos.

La carencia de sentido suele presentarse enmascarada con diversos síntomas:  Con sensación de vacío, de aburrimiento, de apatía e inutilidad, y sobre todo con una gran frustración. La persona siente que es cínica, que carece de dirección, cuestionándose la finalidad de todas las actividades más importantes que lleva a cabo, incluso, algunos experimentan esta sensación con más intensidad durante los fines de semana, cuando terminan las ocupaciones de la semana. Durante los ratos libres, uno se da cuenta de que no hay nada que se desee hacer. Posiblemente las personas que padecen los síntomas descritos no piensen en acudir a un psicólogo, pero sí acudirían aquellos que ante el horror que les produce la sensación de vacío, se apresuran a llenarlo con síntomas tales como: los estados obsesivos, los temores, las crisis de angustia, la ansiedad general, la depresión, el alcoholismo, etc.

Otras personas reaccionan a la pérdida de significado sin padecer síntomas clínicos manifiestos y es así cuando nos encontramos a personas que buscan acción, personas aventureras que abrazan cualquier causa independientemente de su contenido. O aquellos que tienen por costumbre desacreditar las actividades que otros llevan a cabo, cuando lo que les sucede en realidad, es que se sienten molestos de ver que otros sí encuentran sentido a lo que hacen, y que en realidad son ellos los que se sienten desesperados por su falta de propósito en la vida. También nos encontramos con aquellos que caen en un estado grave de falta de objetivo y apatía. Son personas que se ven incapaces de creer en la utilidad o el valor de aquellas cosas que emprenden, suelen deprimirse con frecuencia, se sienten blandos y aburridos. A medida que van perdiendo sentido se muestran más indiferentes y depresivos, pero lo peor de todo, es que les resulta indiferente dedicarse o no a cualquier actividad. Podrían incluso apartarse de cualquier compromiso con la vida.

De todas las manifestaciones clínicas señaladas, las que suelen darse con más frecuencia en consulta son las de tipo compulsivo, lo que solemos denominar rasgos obsesivos. Estas personas se muestran frenéticas, consumiendo una gran energía, ya sea física o mental, de tal modo que le resultaría difícil pensar sobre el significado de su vida. Pueden preocuparse por todo tipo de cuestiones ya sean sociales, personales o concernientes a personas de su familia, pero al no perseguir un objetivo de bondad o de justicia en tales preocupaciones (quedando estas relegadas a meras rumiaciones o compulsiones), tarde o temprano, las preocupaciones le fallan, quedando la persona vacía de contenido, es decir, sin un propósito coherente de qué preocuparse o dedicarse. Esta situación equivale a contemplar la vida con un “enfoque falso”, la persona cree que está haciendo algo que considera importante cuando en realidad se está engañando así misma. También es común, encontrar personas que han estado toda su vida persiguiendo un significado en la vida a través de la posición social, el prestigio, los bienes materiales o el poder, y de pronto se ven forzados, por las circunstancias, a cuestionar todos los valores por los que creían estar luchando. Estas personas lo primero que comprueban al acudir a terapia es que han enfocado su vida hacia un objetivo falso. A medida que más rápido adquieren las metas que se habían trazado antes descubren la falta de sentido en su vida.

En otras ocasiones, experiencias urgentes o límite (como tener un accidente, estar a punto de morir a causa de una enfermedad, divorciarse, la muerte de un hijo, terminar la carrera después de un esfuerzo considerable, mantener relaciones sexuales, afectivas, o amorosas sin propósito ni objeto, e incluso encontrar el trabajo que creías sería el de tus sueños), enfrentan a la persona con su situación real en la vida, y la coloca en posición de comprobar lo poco sustancial y coherente que eran sus metas, sus objetivos o sus acciones, además de experimentar  la poca consistencia de su esquema de  valores.

También ocurre que algunos clientes pasan por una crisis de significados como resultado de la psicoterapia. A medida que vamos abriendo camino, el cliente comprueba cómo los patrones sobre los que decía apoyarse comienzan a tambalearse y, con el tiempo, estos se derrumban. Estas personas que, durante buena parte de sus vidas, han vivido con estrechez, dentro de un patrón fijo y repetitivo, es decir, dentro de unos límites, se enfrentan de repente con la libertad de actuación que su compulsividad les impedía llevar a cabo.

La actividad compulsiva constituye un potente antídoto ante la falta de sentido. Es algo así como adquirir el compromiso con la obsesión en lugar de adquirirlo con la vida. Generalmente, las obsesiones limitan y restringen tanto a la persona, que le impide desarrollar el potencial humano con el que cuenta.  La obsesión le sirve de antídoto contra la falta de significado, pero a cambio, le genera un fuerte sentimiento de culpa existencial por no haberse convertido en aquello que estaba capacitado para ser. Por esto, cuando la actividad compulsiva desaparece, la vida puede mostrarse como insípida, descolorida, sin estímulos y sin finalidad. Apareciendo entonces el problema de la falta de significado ante la vida.

Es posible que una persona con una elevada autoestima posea un escaso sentido a la vida, pero nadie puede tener un elevado sentido a la vida y poca autoestima. Es necesario desarrollar la autoestima y la identidad personal antes de adquirir un sentido adecuado y satisfactorio de la vida.

El significado positivo a la vida depende también del ajuste entre los propios valores y metas, y el ámbito social donde uno se desenvuelva.

También tenemos mayor sentido a la vida si vemos que estamos alcanzando las metas propuestas a un ritmo satisfactorio.

A medida que la persona tiene menor significado en su vida, más gravedad de los trastornos psicológicos, que estén asociados a ella, experimenta. Entonces, ¿Por qué es tan importante hallar un significado?

Son numerosas las investigaciones que corroboran el descubrimiento de que los seres humanos necesitamos buscar un sentido a todos aquellos estímulos o situaciones que nos llegan del exterior. Cuando somos incapaces de dar un significado o sentido a una situación cualquiera en la que nos encontramos, es entonces cuando experimentamos tensión, molestias e insatisfacción. Este estado de malestar persiste hasta que somos capaces de comprender el acontecimiento en un marco que nos permita reconocer lo que allí está sucediendo. Cabe destacar aquella cita de José Luis Pinillos cuando decía que lo peor que le puede pasar a una persona, cultura o sociedad, es no saber qué le pasa. Necesitamos, por lo tanto, encontrar razones coherentes con las cosas que nos suceden, de lo contrario nos sentiremos inquietos, insatisfechos y muy desamparados. En cambio, si conseguimos descifrar el significado de la situación en cuestión, experimentaremos un sentido de dominio. Cualquier cosa es mejor que la ignorancia, aunque el conocimiento de la situación nos provoque sentirnos indefensos, insignificantes o que sobramos.

Después de todo lo comentado hasta ahora, cualquiera de nosotros estará pensando, “necesito un propósito en mi vida como sea”. Realmente está muy bien eso de crear un propósito, pero no resultará tan efectivo el propósito si estamos continuamente recordando que lo hemos creado o que debemos de crearlo.

Así es, que necesitamos los significados para sentirnos más cómodos y ordenados en el mundo, sin embargo, los necesitamos por algo más, ya que son ellos los que dan origen a los valores.

¿Qué son los valores y por qué los necesitamos?  Los valores forman un código conforme al cual podemos actuar, permitiéndonos contemplar nuestra conducta dentro de una jerarquía que nos ayude a evaluarlos y decidir si hemos obrado bien o hemos obrado mal.  Nosotros no podemos estar continuamente tomando decisiones nuevas, necesitamos unas guías o valores que nos faciliten la toma de decisiones en base a un esquema previamente elaborado, de no tener una estructura de valores desarrollada nos pasaríamos el día agotándonos en el torbellino de toma de decisiones nuevas.

Los valores también nos ayudan para asociarnos en grupos. La vida social sería imposible sin ellos. Incluso podemos saber cómo actuarán determinadas personas si conocemos el código de valores que contemplan. De este modo sabremos lo que tenemos que hacer además de conocer lo que probablemente harán los demás.

Un eminente psicólogo reflexionó sobre el significado de la vida y llegó a la siguiente conclusión:

“Ningún ser humano puede estar creando y realizando algo en todo momento. Nadie puede tener un éxito continuo en todos los terrenos. Pero, el hecho de avanzar en la dirección adecuada; no tanto el haber realizado algo, sino el estarlo realizando; no tanto el haber llegado al refugio, sino estar caminando hacia el refugio; no el dormirse en los laureles, sino trabajar para conseguir los laureles; el poner todas las facultades al servicio de lo más constructivo, productivo y creativo, éste es probablemente el sentido principal de la vida y la única respuesta a la neurosis existencial que incapacita los esfuerzos humanos y obnubila las mentes humanas”

Cierta inscripción sobre un cuadrante solar muy antiguo dice: “Las horas no cuentan si no son serenas”. No debemos tomarnos el hecho de “realizarnos” (como personas) al pie de la letra, o el hecho de “lograr” cosas como algo obvio y evidente en sí mismo para tener sentido en la vida.  Nuestra cultura occidental ha insistido siempre en lo importante que es para nuestro bienestar la actividad, la acción. Pero debemos aprender de los orientales su sentido de la armonía y la unión. Es decir, debemos combinar los términos “hacer” y “ser”.

Tenemos que ser cuidadosos con nuestros propósitos, medirlos con cuidado para no caer en la tentación de estar preparándonos para otra cosa que debe venir después, como dijo William Butler Yeats: “Cuando pienso en todos los libros que he leído, en todas las palabras sabias que he escuchado, en la angustia que sentían mis padres... en las esperanzas que he tenido, y peso mi vida en la balanza, me parece que toda mi vida ha sido una preparación para algo que nunca sucede”.

La idea de que la vida está incompleta sin la realización de una meta, es un mito occidental trágico. El mundo oriental, por ejemplo, nunca ha afirmado que exista una “finalidad” en la vida, ni cree que éste sea un problema por resolver. En cambio, cree que la vida es un misterio que hay que vivir. El sabio hindú Bhagway Shree Rajneesh escribe:

 “La existencia no tiene una meta. Es simplemente un viaje. El viaje por la vida es tan bello, que ¿a quién le importa el destino? La vida sucede y nosotros nos vemos lanzados a ella; no requiere ninguna razón ni justificación.”

Cierto corto cinematográfico puede ilustrar la cuestión que trato de diferenciar, entre la cultura occidental y la oriental, de cara a la actitud que adoptamos unos u otros hacia el significado de la vida: 

“aparecía un grupo de turistas estadounidenses escuchando muy atentos las palabras de un monje tibetano de larga barba, en la cima de una empinada montaña”:

¿Cuál es el propósito de la vida? (preguntó el monje)
¡Si lo supiera, sería rico!” (pensó el turista)

 Por lo tanto, la actitud de que no vale la pena vivir sin un propósito claro, es una fórmula cultural, es decir, la hemos creado nosotros.

Si queremos trabajar con éxito sobre la carencia de sentido en la vida, indudablemente tenemos que ir más allá de la sensualidad, del sexo, del prestigio, o de las metas materialistas.

 A nosotros como psicólogos nos interesa conocer si amas a otras personas, conocer cuáles son tus esperanzas y metas a largo plazo, saber acerca de tus intereses, y tus objetivos creativos. Sobre todo, nos gustaría indagar más acerca de vuestra creatividad. Tenemos la sensación que hay talento en muchos de vosotros.

Si quieres apreciarte más, tienes que aprender a identificar y valorar “aquellos pequeños méritos” que ya hayas alcanzado. Nosotros, por nuestra parte, nos interesamos por conocerte bien, pero necesitamos que hables más acerca de cómo buscar tus significados y de las actividades que te los puedan proporcionar.

Cuanto más busques una satisfacción, más se te escapará. No eres importante por lo que has conseguido, lo eres por ti mismo. Tienes que lograr desviar la atención de tu malestar, y concentrarte en aquellas partes de tu personalidad que aún no hemos analizado y en los significados que el mundo puede ofrecerte.

Os voy a dedicar un poema que acabo de escribir inspirado en el tema que estamos tratando:

 



¿Acaso, la gaviota cuando vuela piensa que está volando?
¿Acaso, el río conoce de su existencia?
¿Cuándo respiro, siento que lo hago?
Entonces, ¿Es tan necesaria la condena de estar dentro de mí?

Yo quiero ser pájaro para volar, no para mirar desde arriba.
Quiero volar sin sentir el aire entre mis brazos, porque quiero formar parte del aire.

¿A quién preguntarás?
¿Acaso existen las respuestas?
Vamos a reencontrar nuestros sentimientos,
vamos a sumergirnos, tú y yo, en el lienzo de la vida,
vamos a pintar nuestra existencia, no para nosotros,
sino para compartirla con el mundo.

Hay algo nocivo en el hecho de convertirnos en espectadores lejanos de la vida, las cosas dejan de importarnos. Cuando llegamos a este punto nos sentimos como estúpidos, la vida parece absurda, y los mejores momentos que hemos vivido parecen alejarse de nosotros de forma estéril, es entonces cuando la vida pierde su vitalidad. El que adopta durante periodos prolongados de tiempo esta actitud se desalienta y poco a poco el efecto se convierte en letal.

En un famoso pasaje de su Tratado, David Hume señala el camino de cómo comprometerse en la vida. Como resultado de sus meditaciones sobre su papel en el mundo, se sintió invadido por una nube de dudas:

 “Afortunadamente me sucede que, como mi razón es incapaz de disipar estas nubes, la misma naturaleza se encarga de ese propósito y me cura de la melancolía filosófica mediante alguna diversión o impresión vívida de mis sentidos que borra todas esas quimeras. Ceno, juego una partida de cartas, converso y me divierto con mis amigos; si, después de tres o cuatro horas de diversión, regreso a mis especulaciones, me parecen tan frías, falsas y ridículas, que yo no tengo el valor de continuar con ellas.”

El antídoto de Hume ante la carencia de significado se basa precisamente en comprometerse. También Tolstoi escogió esa solución cuando dijo: “Sólo es posible vivir mientras la vida nos intoxique”. Por lo tanto, el compromiso es el enfoque terapéutico más efectivo a la falta de significado vital, independientemente del origen de éste problema. Estar comprometidos con algo no nos permite disipar las dudas que nos surjan sobre el sentido de la vida, pero sí logra que esas cuestiones no nos importen.

Comprometernos plenamente nos ayuda a organizar los acontecimientos de nuestra vida dentro de un patrón de actuación coherente. Encontrar una casa, ocuparse de otros, desarrollar ideas o proyectos, investigar, crear o construir, constituyen formas de compromiso que nos proporcionan gratificación.

Nuestra misión no es crearte, ni inducirte a que busques tu compromiso con la vida, ya que es imposible que lo consigamos. El deseo de comprometerse con la vida está inherente en ti, y nuestro trabajo debe orientarse hacia la eliminación de los obstáculos que pudieran interponerse en tu camino.

El único instrumento importante con el que contamos para poder ayudarte a eliminar tus obstáculos, es nuestra propia persona, porque, a través nuestro, nos ponemos en contacto mutuamente, y como ya mencioné en el texto sobre la soledad, la integridad de este contacto te guiará a comprometerte con los demás, estableciendo en primer lugar una relación con nosotros personal, profunda y auténtica, que te ayudará a hacerla extensiva con las personas que te rodean.

 

 Juan José Regadera. En Murcia, a 29 de diciembre de 1998

                                


Hasta pronto

           

 

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