Sobre el miedo a la muerte. Psicoterapia humanística y existencial



Sobre el miedo a la muerte

Psicoterapia humanística y existencial

Leemos en el Quijote: “¿Qué escogéis: la locura sabia o la cordura necia?”

Después de todo, tenéis suficientes preocupaciones como para que nosotros os añadamos unas nuevas, pero por muy terrible que os resulte enfrentaros con las cuestiones que aquí tratamos, lo cierto es que, como dijo Thomas Hardy: “si existe una ruta hacia lo mejor, ésta debe pasar por una contemplación plena de lo peor”. Por lo tanto, ni saber más te llevará a la locura, ni la negación de las cosas te conducirá a la cordura.  Reconocemos que el camino es doloroso, pero a la postre es curativo.

En cierta ocasión un escritor le preguntó a un cura párroco, que había estado escuchando confesiones de la gente durante cincuenta años, qué era lo que había aprendido acerca de la humanidad. El sacerdote le contestó: “En primer lugar, que la gente es mucho menos feliz de lo que uno cree... y después, el hecho fundamental de que no existe una sola persona que haya crecido del todo”. Como veréis, el que algunas personas sean consideradas como “pacientes o clientes” y otras no, dependerá sólo de ciertas circunstancias externas: como, por ejemplo, de sus recursos financieros, de que haya muchos psicólogos disponibles, de la actitud personal y cultural de la persona hacia la psicoterapia, pero no de que los sentimientos de malestar sean patrimonio de unos pocos.

Algunas de vuestras historias han podido parecernos estremecedoras, pero antes de juzgar o diferenciar qué es una conducta normal o una conducta patológica, deberíamos comprender las circunstancias y el mundo privado que ha rodeado a esa persona. Para nosotros, como para cualquier persona con sentido común, las tensiones y la angustia que, en mayor o menor grado sufrimos, son comunes a todos los seres humanos. El hecho de que desarrollemos una enfermedad clínica depende, en muchas ocasiones, de la resistencia de nuestro cuerpo (de factores tales como el sistema inmunológico, la nutrición y la fatiga) frente a una circunstancia exterior que, a cualquier persona, en circunstancias normales, podría provocarle un estrés considerable. Por lo tanto, el que uno de nosotros pueda mostrar una conducta problemática o no, dependerá de la combinación entre la tensión que nos desborda y la fortaleza de los mecanismos de defensa que en ese momento estén actuando en nosotros. Es decir, si en el momento de padecer una situación, que podría ser catalogada por cualquiera como desbordante o estresante, tenemos además bajas las resistencias de nuestro organismo, entonces, tendríamos más posibilidades de que surgiera la enfermedad. Todos vivimos es una especie de incertidumbre. Todos sufrimos una serie de tensiones que son inseparables de la vida misma, pero algunos no podemos con ellas, y es entonces cuando surge la enfermedad.

Para aquellos de vosotros que han agotado el antídoto que les liberaba de enfrentarse con sus preocupaciones esenciales, como son: la falta de sentido, la responsabilidad, el miedo al abandono, la falta de voluntad... y por lo tanto, ya no presentan conductas obsesivas o problemáticas, nuestro consejo es, que aprovechando la ocasión de estar libre de obsesiones practiquéis la reflexión personal.

Solo necesitas soledad, silencio, tiempo y libertad para apartar de ti todas las distracciones cotidianas que suelen llenar tu día a día. Si consigues poner entre paréntesis tu vida diaria y reflexionas seriamente sobre tu vida, sobre los límites que estableces en tu relación con los demás y las posibilidades que la vida te brinda y que dejas pasar casi a diario, será entonces cuando estarás preparado para enfrentarte con las preocupaciones que realmente tienes. Y nos darás a nosotros la oportunidad de analizar junto a ti, de qué modo vas a comprometerte con las cosas que quieras hacer en tu vida.

La reflexión también abarca tu pasado, pero este nos importa sólo en la medida en que forma parte de tu existencia actual y ha influido en tu manera de enfrentarte, en el momento presente, a las preocupaciones que presentas, además de ayudarnos a comprender mejor tus circunstancias actuales; pero tratar el pasado no es un tema demasiado fértil, lo que más nos interesará será el presente que se convierte en futuro. La pregunta sería: “En este momento y en lo más profundo de mi ser, ¿Cuáles son mis fuentes fundamentales de temor?”

Una vez que los obstáculos (las obsesiones) van desapareciendo, tenemos que preguntarnos acerca de la relación existente entre nuestros pies y el suelo en que pisamos. No se trata, como acabamos de comentar, de pensar en el proceso a través del cual llegamos a ser como somos y detenernos ahí, sino en cómo somos y qué es lo que estamos haciendo con nuestras vidas.

Estas fuentes fundamentales de temor no son dominio exclusivo de las personas con problemas psicológicos, forma parte de la condición humana. Lo que realmente nos diferencia, a unos u otros, es la forma en que padecemos el temor. La angustia es, inherente a la vida misma, aparece en cualquier persona, y la soportaremos mejor o peor, según la etapa de desarrollo que estemos atravesando, y según la fortaleza o la sensibilidad que en ese momento tenga nuestro organismo.  Por lo tanto, el dolor, el miedo al abandono, a las críticas o cualquier otra situación límite, la viviremos siempre de una manera individualizada, pero esto no significara que seamos los únicos en padecerla.

Hace años acudí a un curso sobre “Bioética”, donde mi profesor de Tesis asistía en calidad de ponente. En el descanso fuimos juntos a tomar un café, mientras charlábamos, le expliqué de qué manera enfocaba mi trabajo y qué era lo que perseguía, a lo que él, discretamente, contestó: “Ten cuidado, recuerda que a Sócrates lo mataron por eso. Cuando veas que un paciente se encuentra mejor dadle de alta, ya volverá cuando se sienta peor.” Estas palabras han aparecido en mi mente con frecuencia y en múltiples ocasiones he comprobado lo acertado de su consejo, pero algo dentro de mí me impide cumplir con la sugerencia de mi director de tesis.

 La creencia de que los temas sobre la soledad, la responsabilidad, la falta de sentido y el miedo a la muerte, no deben tratarse profundamente en el curso de una terapia, no se apoya en el convencimiento de que no sean importantes en sí, sino más bien, en un principio de economía de tiempo y esfuerzo, además del empeño que nuestra sociedad pone en simplificar las cosas al máximo para que en su sencillez podamos seguir nuestro camino sin grandes dificultades. Estos argumentos los comparto y los entiendo, pero alguna extraña razón me empuja a ser un poquito rebelde y me anima a escuchar, sintonizando con vosotros en la frecuencia adecuada, para encontrar el material suficiente que me empuje a profundizar y no limitarme a decir: “¿Qué le vamos a hacer? Así es la vida. Bueno vamos a seguir tratando tus obsesiones, que es algo que seguro podemos remediar...”

Según cuentan los historiadores, un domingo por la tarde, en l834, un joven danés se sentó en un café y fumando un cigarro, empezó a reflexionar en voz alta sobre cómo se estaba haciendo viejo sin haber hecho ninguna contribución a la humanidad. Comenzó a recordar a muchos de sus amigos que habían tenido éxito en la vida y se dio cuenta de que todos se esforzaban y preocupaban en hacer que nuestra vida fuese lo más cómoda y agradable posible, cada uno de ellos contribuía como sabía y podía a mejorar los avances técnicos de la época, algo que él agradecía enormemente.

 Su cigarro se había consumido ya, por lo cual el joven danés Sören Kierkegaard (padre de la filosofía existencial) encendió otro y continuó murmurando.  De pronto, apareció en su mente el siguiente pensamiento: “Todo el mundo debe hacer algo, pero si las capacidades de uno son limitadas y no le permiten simplificar las cosas aún más de lo que ya están, uno debe, con el mismo entusiasmo humanitario que anima a los demás –los que hacen que las cosas sean más fáciles- acometer la tarea de lograr que las cosas sean más difíciles”.

Y vosotros pensaréis, ¿Cómo es posible que alguien crea que complicar las cosas sirve para ayudar a los demás? Según su razonamiento, cuando todos contribuyen a facilitarnos la vida, existe el peligro de que la facilidad llegue a ser tan grande que la vida deje de tener el sentido que siempre ha tenido, y tal vez por eso, sea necesario que alguien vuelva a complicar las cosas un poquito más. 

En sus escritos durante la primera guerra mundial, Freud dijo que el aliciente de la guerra consistía en que volvía a introducir la vida en el lugar que le corresponde, es decir, cuando se pierden de vista los riesgos, la vida se empobrece, se vuelve algo tan superficial y vacío, que poco a poco podemos perder parte de la intensidad que la vida misma encierra. Sentir que la vida se nos escapa, sentirlo con verdadera honradez, equivale a verla de un modo más auténtico y realza el placer y el disfrute de vivirla.

Y es así, como al joven danés se le ocurrió que había descubierto su misión en la vida: iba a dedicarse a encontrar dificultades, como un nuevo Sócrates. ¿Cuáles? No le fue difícil encontrarlas. Todo lo que tuvo que hacer fue considerar su propia situación en la vida. Y es tal vez por eso, que nos hemos pasamos las sesiones hablando de nuestros temores, de nuestras elecciones, posibilidades, errores,  y limitaciones; y en definitiva, de todo lo que aún nos queda por hacer y que nos ayudará a sacar de la vida el jugo que verdaderamente tiene.

Si queremos ser sinceros tendremos que puntualizar que nuestro método de trabajo no es el único método psicológico existente, por supuesto que no. Existen otros procedimientos psicológicos mucho más económicos en tiempo y más simples de comprender por parte de los clientes (no es necesario hacer un curso de filosofía, ni de literatura para realizar un tratamiento psicológico). Sin embargo, dadas nuestras características personales y humanas, a nosotros en particular, el método psicoterapéutico que venimos aquí desarrollando, nos resulta bastante útil, válido y fácil de aplicar. También es cierto, que no es un método válido para todos los terapeutas, ni válido para todos los clientes. En estos casos, también somos capaces de adaptarnos a un enfoque terapéutico distinto, más adecuado a la persona si así lo requiere.

Nosotros trabajamos desde una perspectiva constructivista e integradora, utilizamos los métodos que mejor se ajustan a la interpretación de los datos que nos aportáis, de ahí, el exhaustivo análisis psicológico que llevamos a cabo antes de iniciar la terapia.

También es cierto, que cualquier método psicológico que empleemos siempre será insuficiente para explicar toda la conducta de la persona; somos demasiado complejos y llenos de posibilidades como para ser reducidos a unos cuantos principios generales, como pueden ser la responsabilidad, el miedo a la muerte, la soledad, la voluntad, o el sentido a la vida. Lo que sí tenemos claro, es que la vida de cada uno de nosotros es absolutamente libre y, por lo tanto, incierta. Nosotros intentamos utilizar el enfoque más humano posible, que vaya en consonancia con la vida de la persona y con la propia situación de consulta, que debe ser lo más humanizada que os podamos aportar.

Intentamos, como terapeutas, ser lo más maduros que nos sea posible. Debemos serlo, entre otras cosas, por la propia incertidumbre que nos produce trabajar con cuestiones que escapan al control de cualquier enfoque psicológico o médico. Necesitamos encontrar medios que nos permitan defendernos del dolor y de la inseguridad propia de nuestro trabajo y creemos, con total honradez, que los temas tratados hasta ahora, y los que seguiremos tratando, nos aportarán el marco existencial adecuado que nos permitirá dar coherencia y significado a nuestros miedos y temores, así como, aliviar la angustia que irremediablemente conlleva el hecho mismo de la vida, y de la que ningún ser humano, sin excepción, puede escapar.

Cierto profesional de la salud, aconsejaba a toda una generación de estudiantes: “No hurguéis donde no duele”. Sin embargo, otros profesionales e incluso los mismos clientes pueden preguntar:

 ¿No tienen ya suficiente terror los pacientes, como para que el terapeuta les recuerde que aún hay terrores por aflorar? ¿Por qué preocuparnos por la realidad más amarga de la persona? Si la meta de la psicoterapia es crear esperanzas en la persona ¿por qué destruirlas invocando nuevos problemas¿Acaso el paciente solicita los servicios de un psicólogo para que le sirva de guía hasta llegar a tomar conciencia de lo que está haciendo con su existencia? ¿Por qué no emplear los medios más rápidos y eficaces a nuestra disposición, como, por ejemplo, un tranquilizante farmacológico o una modificación de conducta, o una sencilla terapia cognitiva en lugar de complicarle la vida a la gente con temas tan complejos?

En efecto, la mayoría de vosotros acudís diciendo: “Me siento mal, ayúdeme a sentirme mejor”, entonces, ¿Cómo os ayudamos a resolver la angustia: tranquilizando vuestro temor, volviendo a enderezar vuestro camino en la espera futura de que tengamos que volver a retomarlo?

La angustia forma parte de la existencia; ninguna persona que no quiera detenerse en su desarrollo y creatividad, se verá jamás libre de ella; el que así lo quiera, es decir, no avanzar en su crecimiento interior, se sentirá cómodo y tranquilo, siempre y cuando acepte ese estilo de vida. El objetivo de la terapia es ayudar a la persona a que aprenda a vivir. Algunas personas dan la sensación de preferir que su vida continúe inalterable, sin embargo, interiormente no aceptan esa condición. La apariencia que dan nace de sus temores al cambio y su miedo a la soledad. Nuestra tarea en terapia consiste en que lleguéis a comprender que vivís una contradicción, aunque inicialmente no lo sintáis así.

Las preguntas anteriores requieren respuestas, y nada mejor que afirmar, que los temores y miedos del individuo son un hecho que siempre duele, y que nuestra actitud hacia ellos influye sobre nuestra manera de vivir y de crecer, sobre nuestras vacilaciones y sobre nuestras enfermedades. Nuestro objetivo es que no retrocedáis. Que veáis que estos elementos que conforman la existencia, aparentemente trágicos, no son enemigos, sino aliados poderosos en la búsqueda de la integración y la madurez.

Os pondré un ejemplo reciente: ayer 18 de enero de l999, a la dos y media de la tarde, mi primo, un muchacho de mi edad, funcionario de museos, y mientras, sin ninguna complicación, guardaba reposo tras haber sido operado recientemente de una rodilla, moría súbitamente por un infarto. Medía 1,87metros, pesaba 95 kilos, no bebía, tampoco fumaba y para abril de este año esperaba la llegada de su primera hija. Según cuentan quienes lo conocían había invertido, a lo largo de su vida, tiempo y esfuerzo en ayudar a los demás. Pero lo más sorprendente de todo, para mí, es que todo lo que acabo de relatar sobre el fallecimiento de mi primo ocurría mientras preparábamos la entrega de hoy, que es una introducción al primer capítulo del libro de Yalom que he tratado de posponer, seguramente debido a que el tema central versa sobre la muerte.

Como dijo John Donne, en su conocida frase: “Y, por tanto, nunca preguntes por quién doblan las campanas. Doblan por ti” La experiencia relatada nos pone en contacto con nuestra propia vulnerabilidad: si mi primo no ha podido salvarse, con ese estilo de vida tan sano que llevaba y lo joven que era ¿Quién nos va a salvar a nosotros?  Poco a poco va surgiendo otra verdad: tampoco nosotros estamos protegidos.

Mucho de vosotros siente terror, cuando los antídotos neuróticos dejan de surtir efecto, por la perdida de tiempo vivida y por las innumerables cosas que ya parecen no poder realizarse y que no volverán a presentarse.

Llevaba años preguntándome, en mi caso particular, la razón de mi dificultad para contemplar viejas fotografias, ahora conozco mejor la razón, y es que, una de las verdades más evidentes de la existencia de cualquier ser humano, es que todo se desvanece y que la desaparición de las cosas nos produce temor. Y también es cierto, que nos guste o no, no podemos eludir vernos obligados a contemplar cómo las cosas desaparecen y a sentir el temor que nos produce su pérdida.

Si reflexionamos un poquito nos daremos cuenta que estamos perdiendo cosas desde que nacemos, y que la pérdida está presente en nosotros desde el comienzo de nuestra vida. Por lo tanto, aunque la idea de la pérdida y la angustia derivada de ella, por lo ya desaparecido, sea irremediable, la misma pérdida nos ayuda a sobreponernos y nos recuerda nuestro lugar y nuestro papel en el mundo. Y vosotros diréis: “Y esto, cómo es posible”.  Esto es así, porque cuando se es plenamente consciente de ello, la pérdida actúa como espoleta en nuestro interior y nos hace preocuparnos y tratar de encontrar una mejor forma de vivir.

Martin Heidegger, continuador de las ideas de Soren Kierkegaard, sostuvo que hay dos maneras fundamentales de existir en el mundo: 1) un estado de descuido de uno mismo y 2) otro de cuidado de uno mismo. Cuando uno vive en un estado de descuido de su persona, se encuentra sumergido en el mundo de las cosas y en las diversiones cotidianas de la vida: nos mantenemos en un nivel inferior, absortos en “parloteos necios”, y perdidos en “los demás”. Nos rendimos ante el mundo tal y como lo conocemos, ante la preocupación por la manera de ser de las cosas y de los demás.

Cuando uno vive el cuidado de su persona, uno no se maravilla por la manera de ser de las cosas, ni se deja impresionar por ellas, sino por el hecho de que existan. Este estado de vivencia implica, como ya dijimos en otro lugar, la responsabilidad que uno tiene con respecto a sí mismo. Solo de este modo, llegamos a captar la importancia de nuestro deseo de cambio.

Generalmente, vivimos en un estado de descuido de nosotros mismos. Heidegger califica esta situación como de inauténtica: un modo de vida en el que la persona no se da cuenta de la responsabilidad que tiene hacía la propia vida y hacia el mundo, en el que sólo busca tranquilizarse y evita elegir dejándose llevar por cualquiera, además de huir.

La preocupación por uno mismo implica un estilo de vida auténtico, donde tomamos conciencia de nosotros mismos, y donde somos capaces de captar nuestras posibilidades y nuestros límites, enfrentándonos valientemente a la libertad innata que poseemos para elegir y responsabilizarnos, y a la angustia natural que ella proporciona.

Pues bien, ¿Qué tiene que ver todo esto con la pérdida de tiempo y la angustia derivada de lo que ya nunca más volverá a producirse e incluso con el fallecimiento súbito de una persona querida?

Heidegger comprendió que no pasamos de un estado de descuido de nuestra vida a otro de cuidado más digno simplemente aguantando y apretando los dientes. Hay ciertas condiciones y experiencias urgentes o límites que nos conmueven y nos sacan de nuestro estado de descuido, colocándonos en otro de mayor interés hacia nuestra persona. La muerte, por ejemplo, es una experiencia incomparable, ya que tomar conciencia de que podemos morir en cualquier momento, nos permite vivir la vida de manera auténtica. En este caso, el valor de la muerte es innegable, cuando de lo que se trata es de recuperar el sentido de la vida. Pero afrontar las penalidades de la vida a través de una experiencia similar es difícil de aceptar, e incluso puede parecernos de mal gusto.

El autor ruso León Tolstoi en su obra “Guerra y Paz” refleja de forma excelente cómo la muerte puede provocar un cambio radical en la persona. Pedro, el protagonista, se siente abrumado por la vida vacía e insignificante de la aristocracia rusa. Como un alma en pena, deambula por las primeras novecientas páginas de la novela, buscando algún sentido para su vida. El punto crucial del libro tiene lugar cuando las tropas de Napoleón lo capturan y lo condenan a morir fusilado. Como era el sexto de la fila, observa la ejecución de los cinco precedentes y se prepara a morir, pero, en el último momento, se salva por razones inesperadas. Esta experiencia le transforma de tal modo que pasa las restantes trescientas páginas de la novela viviendo una vida llena de entusiasmo y de propósitos. Es capaz de entregarse por completo en sus relaciones con los demás y de descubrir una tarea vital cargada de significado para él y dedicarse a ella.

En la vida real, Dostoievski, a los veintinueve años de edad, pasó por la experiencia de que le salvaran en el último minuto de un pelotón de fusilamiento. Este hecho influyó de una manera crucial sobre su vida y su novelística.

Alguno de vosotros suele exponer sus problemas de una manera vaga y repetidas veces os quejáis de que “no entiendo lo que me pasa”. Después de un tiempo de terapia comenzáis a comprender muchas cosas, a tomar decisiones y a empuñar el timón de vuestra propia vida. Un buen día estáis en condiciones de decir: “Creo que entiendo lo que me pasa”, en ese momento comprendéis lo importante que era para vosotros ignorar lo que ocurría, ya que por encima de toda la ignorancia de vuestro problema evitaba tomar conciencia de la soledad y de la idea de que las cosas que han ido apareciendo a lo largo del camino han desaparecido y, por lo tanto, perdiéndose. Y es así, cómo, de una manera mágica, desafiáis al paso del tiempo manteniendo en vuestra mente una imagen de vosotros joven, evitando las decisiones y la responsabilidad y creyendo en el mito de que siempre habrá alguien que decida por vosotros, alguien que os acompañe y os ayude. El hecho de crecer, de elegir y separarse de los demás (de aquellos de los que se depende) significa una forma de enfrentarse con la soledad y con la idea de la pérdida de todo aquello que se ha ido quedando en el camino y de lo que ya no podéis hacer uso. De aquí, que fuese preferible seguir diciendo “no entiendo lo que me pasa” y así, poder ignorar lo que os ocurría. En este momento me vienen a la mente las compañeras Toñi e Isabel, M.ª Dolores y Mercedes.

La angustia, es decir, el miedo a nada en particular, es uno de los motivos principales por el que la mayoría de nosotros nos encontramos aquí. Un problema psicológico sería el resultado de padecer la angustia y el antídoto (o mecanismo de defensa) que utilizamos para hacerle frente, es decir, que esté dando resultado o no. Al principio trabajamos con la angustia que dices tener, después, cuando te sientes mejor, tomamos otras direcciones hasta que localizamos los focos principales que le dieron origen, y ya, por último, nos fijamos como meta final la extracción y eliminación de dichos focos.

El miedo se diferencia de la angustia, en que el miedo siempre lo tenemos a algo en particular, mientras que la angustia no la podemos localizar ni explicar. Como resulta que es imposible localizarla o explicarla, va aumentando a medida que su sentimiento nos deja más indefensos.

La mayor parte de nosotros sentimos unos intensos sentimientos de pérdida de tiempo, de mala organización de nuestras vidas, de falta de voluntad para cumplir con los objetivos de felicidad, entrega, disfrute, tranquilidad, iniciativa, armonía social, buenas relaciones de pareja y, en definitiva, de un deseo de plenitud para nuestras vidas. Todos estos sentimientos encierran una gran verdad que suele resultarnos muy dolorosa y a la vez terrible, y es que las cosas van pasando y se van agotando, es decir, que el tiempo no pasa en balde. Esta verdad nos produce angustia. Podéis preguntar a Ana, Pilar, Antonio José o Mari por citar unos cuantos.

Entonces, ¿Qué hacemos para combatir la angustia del paso del tiempo? lo que hacemos es desplazarla de la nada en particular a algo concreto, y es aquí, donde esa angustia, que en principio no podíamos explicar ni localizar, va, paulatinamente, convirtiéndose en todo el conjunto de obsesiones, preocupaciones o temores que todos conocemos.  Si convertimos ese temor a nada en particular (como puede ser haber perdido tanto tiempo, no querer hacernos mayores para evitar manejar el timón de nuestra vida o cualquier otra cosa que nos haga ver como día tras día vamos perdiendo algo valioso para nosotros) en algo concreto (como son los problemas que cada uno de vosotros presenta) tendremos menos inquietud, ya que de este modo nos proporcionaremos el que alguien nos alivie de los síntomas que padezcamos.

Sentir la angustia inespecífica y buscar la manera de convertirla en un miedo concreto, a menudo nos confunde en nuestro trabajo. Cualquier persona, antes de encontrarse tan mal como para pensar en acudir a un psicólogo, suele reconocer que siempre ha tenido “cosas raras”, preocupaciones o conductas que ocasionalmente podían molestarle, pero nada comparado con lo que en ese momento está padeciendo.

Suele ocurrir que algún acontecimiento estresante (nacimiento de un hijo, fracasar en unos exámenes, un problema laboral, la muerte de un familiar, una disputa conyugal o simplemente la experiencia de estar alejado de los tuyos o la sensación de sentirte solo) desgarra el velo de tus defensas y permite que lo oculto a tu conciencia, como por ejemplo: comprobar lo mal que estas llevando tus cosas y el tiempo que estás perdiendo o la falta de sentido en tu vida aflore en tu mente. En ese momento, tu inconsciente, que es muy listo, repara enseguida la parte desgarrada ocultando de nuevo el origen real de tu angustia. Pero tal vez, a partir de ese momento nada vuelva a ser como antes y comiences con una serie interminable de sensaciones molestas.

Nuestro mayor deseo es incrementar vuestro sentido de seguridad y dominio. Nosotros intentamos que seáis capaces de explicar y ordenar los acontecimientos de la vida de una manera coherente y con arreglo a patrones fáciles de pronosticar. Nos interesa que podáis identificar un hecho que sea significativo y que sepáis cómo situarlo dentro de otros acontecimientos causales que se estén produciendo, con el fin de experimentar la sensación de control que produce conocer qué es lo que está ocurriendo. De esta forma, nuestra sensación interior o nuestra conducta dejan de ser de terror, extrañas o descontroladas; y en su lugar, actuamos sabiendo identificar lo que pueda estar ocurriendo. Saber el “porqué” proporciona un fuerte sentido de dominio. El sentido de poder derivado de la comprensión que tenemos de la situación nos hace sentirnos menos inútiles, menos desvalidos y menos solos, a pesar de que, por ironía del destino, lo que acabamos de comprender es precisamente lo contrario, es decir, que todos estamos desvalidos y terriblemente solos frente a la indiferencia del mundo.

La mayor parte de vosotros padece angustia por acontecimientos que normalmente no justifican su aparición. La angustia siempre es una señal de que la persona se siente amenazada en aquellas cosas que valora como pueden ser su trabajo, sus estudios, su prestigio, su pareja, sus actitudes hacia los demás, su vanidad, su físico, su encanto sexual, etc. Por lo que muchos de nosotros nos alteramos ante la amenaza de perder algo que valoramos, sin darnos cuenta de que ese tipo de cosas no conforman la esencia de nuestra persona. Sería muy interesante trazar una línea alrededor de lo que verdaderamente es importante para nosotros, todo lo que quede fuera de esa línea, no somos nosotros. Aunque todo lo demás desapareciese, nosotros seguiríamos existiendo.

Desgraciadamente, decir este tipo de cosas tan simples casi nunca dan resultado cuando de lo que se trata es de producir un cambio en vosotros. Sin embargo, debemos insistir, nosotros tratamos de ayudar intentando que reconozcáis una verdad inviolable, y es que negamos o desatendemos todo aquello que nos recuerda cuál es nuestra situación en la vida. No podemos favorecer que retrocedáis en la creencia de que tratar esas cuestiones es malo, ya que son como enemigos que nos acechan, sino todo lo contrario, ya que consideramos que son aliados poderosos en la búsqueda de la integración y la madurez.

¿Quién no ha tenido la creencia de ser especial o la idea de que siempre habrá alguien que nos salve? Ambas ideas son aparentemente buenas ya que nos ayudan a sentirnos mejor adaptados y más seguros en nuestro entorno. No obstante, puede ocurrir que esas creencias las tengamos tan asumidas, que la aparente tranquilidad que nos producen se desequilibre por cualquier “situación limite” urgente que nos deje ver la delicada situación de nuestra posición en la vida y que, tras ese desequilibrio, a veces sólo temporal, aparezca la angustia. Es entonces, cuando presentamos los síntomas, que cada uno de nosotros conoce, que son las únicas defensas de que disponemos para protegernos o para huir de la idea, fundamental, de que ni somos tan especiales como nos creemos, ni habrá nadie esperando a salvarnos cuando lo necesitemos. Efectivamente, el mundo seguirá adelante sin nosotros; formamos parte del montón; realmente nadie se ha dado cuenta de que somos especiales. Y, por último, lo que uno desea no tiene nada que ver con la realidad.

La convicción de que uno es diferente de los demás es bastante cómoda, e incluso aporta valentía y da sentido a muchas de nuestras conductas: nos sentimos menos aislados, menos pequeños, menos raros en el mundo, comprendemos mejor la forma inadecuada de tratarnos qué tuvieron nuestros padres, nuestra debilidad física, etc.

Los que nos creemos especiales, pronto descubrimos las grandes dificultades que tenemos en nuestras relaciones con los demás. Podemos fácilmente distraer nuestra actitud egocéntrica y en ocasiones un tanto narcisista, bajo la apariencia de “no soy como todo el mundo”, pero verdaderamente, sólo cuando descubrimos, por nosotros mismos, que estamos equivocados en nuestras creencias, es cuando nos damos cuenta de las dimensiones de nuestra conducta y del impacto que está teniendo en los demás.

Hay todavía un hecho muchos más grave en el sentimiento de mostrarse individualista. Aunque la sensación de la individualidad puede producir euforia y cierta creencia de que uno controla las cosas, lo cierto es que la persona que “se separa de lo que le rodea”, que “se destaca de su medio ambiente” tiene que pagar un precio por ese éxito aparente de ser “distinto a los demás” y es que hay algo aterrador en la individuación, en separarse de los demás, en vivir aislado. A muchos cuando llegan a este punto les entra un gran temor al fracaso. Lo que conocemos como “neurosis de fracaso”. Algunas personas que hemos conocido y que han pagado el impuesto de la individualidad son: Antonio José, Ana, Mercedes, Manuel y Alberto, entre otros.

Cuando hablamos de “neurosis de fracaso” nos referimos a un estado en el que la persona está en el buen camino para alcanzar la meta que de alguna forma se ha trazado y por la que ha estado luchando durante tiempo, y en lugar de sentir euforia, siente una disforia paralizante que le impide alcanzar el triunfo pretendido. Es algo así como sentir angustia ante la vida, es decir, el temor de enfrentarse a la vida como un ser separado. Si sigues avanzando, y las cosas te van bien, llegará un momento en que te convertirás en tu propio padre, o madre. Te quedarás solo, nadie te podrás salvar ni te podrán consolar. Por lo tanto, cuando la creencia de que somos especiales no nos proporciona alivio, recurrimos a otra forma de ayuda: creer que nos rescatará un salvador personal.

Como podemos ver, casi todos tenemos en nuestra estructura de carácter elementos entremezclados de ambas conductas. Ninguna de ellas es mejor que la otra, en este caso, la búsqueda de un salvador limita y restringe la vida de la persona.

El permanecer encajado en otro, el no aventurarse nos somete al mayor peligro de todos: a la pérdida de nosotros mismos, a la imposibilidad de desarrollar nuestras capacidades y el potencial inherente a nuestra persona.

Algunas personas como Toñi, M.ª Dolores e Isabel, nos recuerdan al personaje de Oskar de Gunter Grass en “El tambor de hojalata”, que intentaba conquistar el tiempo y fijarlo de forma permanente, permaneciendo siempre en la infancia. Todo su afán había sido evitar la individualización y buscar la seguridad sumergiéndose en una figura protectora.

Durante casi toda la vida, la esperanza de un salvador proporciona un consuelo considerable y funciona sin altibajos y de forma invisible. La mayoría de nosotros ignoramos como funciona nuestro sistema de creencias defensivo, hasta que falla, o hasta que se estropea la maquinaria.  Cuando la máquina comienza a fallar, nuestras defensas comienzan a derrumbarse y es entonces cuando comprobamos que quien tenía que salvarnos no lo hará.

Vivir para otra persona que nos domina es lo mismo que intentar fundirse con otro al que consideramos capaz de protegernos y de dar significado a nuestra vida. Esta otra persona puede ser el esposo, la madre, el padre, el amante, el psicólogo e incluso una institución social o un negocio. Esta situación puede desplomarse por múltiples razones: porque se muera, se aleje, deje de amarnos y atendernos o porque nos falle en aquello que esperamos de ella. Cuando descubres el fracaso de aquello en lo que te apoyabas te quedas abrumado, sintiendo que te has sacrificado por un valor falso, y es entonces cuando puedes caer en un largo proceso depresivo. La depresión en tales casos se acentúa por el hecho de que, inconscientemente, el sufrimiento y el autodañarse son una última y desesperada súplica de amor.

Otros adoptan un papel masoquista: sienten desprecio por uno mismo, miedo a perder el amor, son pasivos, dependientes, se dañan así mismos, se niegan a asumir una actitud responsable y tienen depresión como consecuencia del derrumbamiento de las creencias que tenían.

En otras ocasiones, encontramos personas que se hallan inmersas en una relación poco gratificante y destructiva, de la que son incapaces de liberarse. Las relaciones de estas personas, aun causándoles una considerable angustia y dándose cuenta de que continuarlas supondría una autodestrucción, no consiguen liberarse ¿Por qué les resulta tan difícil soltar amarras? ¿Qué les ata tan firmemente a otra persona? Está claro que su pareja era un símbolo que le exime de tener que enfrentarse con la dura realidad de que “ahí fuera” no hay nadie, de que las situaciones de “urgencia” son inevitables y de que ninguna persona puede impedir que sucedan. Lo que más temen es la idea de encontrarse solas en el futuro, por lo tanto, lo que les vincula a continuar no es la relación en sí, sino el miedo a la soledad.

La mayor parte de nosotros utilizamos los dos tipos de defensas, la existencia de un salvador y la creencia ilusoria de sentirnos especiales, como defensa para mantener a raya la angustia ante la vida, que no es otra cosa, que el temor de enfrentarnos a la vida como un ser aislado. La angustia ante la vida es el resultado de la defensa de creerse especial, es el precio que se paga por destacar, ya que destacar conlleva perder el contacto con los demás. La angustia ante la muerte es el impuesto pagado por la fusión que hacemos con otro ser: cuando renunciamos a la autonomía, uno se pierde a sí mismo y sufre una especie de muerte. De esta forma, cualquiera de nosotros puede avanzar primero en una dirección, hasta que se siente inseguro por su excesiva individualidad y retrocede buscando nuevamente un salvador. Por lo que la vida se convierte pues, en un continuo oscilar entre el miedo a la vida y el miedo a la muerte. Por esto, no es difícil encontrar a personas que se esfuerzan en permanecer congeladas en la adolescencia, buscando continuamente hundirse para que las proteja un salvador, y sin embargo, la propia situación de fusionarse con otro le aterroriza: puede aferrarse a otros, y después se rebela tercamente contra ellos. Fundirse con otro significa la comodidad y la seguridad, pero también la pérdida de sí mismo. Y la excesiva individualidad supone la soledad. Por lo tanto, la tarea de satisfacer ambas necesidades, la de separación y autonomía y la de protección y fusión, es una cuestión que domina el mundo interior de cualquier ser humano a lo largo de su vida. Ambos tipos de defensa se originan en las primeras etapas de la vida y ejercen una gran influencia sobre la estructura de carácter de la persona.

El individuo convencido de la existencia de un salvador (y que tiende a la fusión, la inmovilidad y la dependencia) buscará la fortaleza fuera de sí mismo, adoptará una actitud dependiente y suplicante hacia los demás, reprimirá la agresión, quizá muestre rasgos masoquistas y probablemente se deprima mucho cuando pierda a la parte dominante de la relación. El que se cree especial (y que busca individualizarse, independizarse y separarse) tal vez sea narcisista, actuará casi siempre de forma compulsiva, será propenso a expresar abiertamente su agresión, confiará en sí mismo hasta el extremo de rechazar ayuda ajena, en muchos casos necesaria y adecuada, probablemente se niegue a aceptar sus propias fragilidades personales y sus límites, y será muy propenso a mostrar rasgos expansivos y grandiosos.

A continuación, expondremos dos investigaciones llevadas a cabo en laboratorios de psicología y muy respetadas por la comunidad científica. Los estudios de Witkin y Rotter sobre Estilos cognitivos y Localización del control apoyan la interpretación subjetiva que venimos realizando hasta ahora acerca de la necesidad de un salvador (propio de personas dependientes) y la creencia de ser especial (propio de personas independientes)

Todos los aquí reunidos sois personas dependientes, de no ser así, no podríamos gozar de vuestra compañía. Algunas personas, que hemos tenido la ocasión de conocer y que ya no nos acompañan, básicamente eran dependientes pero su inclinación a “sentirse especial” les favoreció su partida antes de lo que todos nosotros hubiéramos deseado. Los más veteranos en la terapia de grupo han tenido ocasión de vivir situaciones así, pero esto no quiere decir, que los ausentes lo estén pasando mal, ni los presentes estéis realmente mal. La interpretación que hacemos es que los aparentemente independientes tienen mayor necesidad de seguir su propio camino y los aparentemente dependientes posponen durante más tiempo la decisión de seguir solos su camino.

Todos vosotros habéis sufrido una crisis existencial, aunque no sea algo clamoroso, nos alegramos de ello porque hemos tenido la ocasión de conoceros, y os aseguramos que el hecho ha sido muy importante en nuestras vidas; de todos vosotros aprendemos y seguimos aprendiendo, por todo ello, os damos las gracias. La crisis existencial es una crisis inevitable que tiene lugar cuando las defensas elaboradas frente a la angustia que la vida proporciona, se quiebran, permitiendo a la persona conocer verdaderamente su situación en la vida.

Cada una de las entregas que hemos analizado ha aumentado vuestro malestar (disculparnos por ello), pero es imposible sumergirse en las raíces de la propia angustia que aflora de la vida, sin experimentar, durante un tiempo, un crecimiento de la angustia y la depresión. El tema de la libertad nos ayudó a comprender lo difícil que resulta tomar responsabilidades, lo difícil que nos resulta cambiar, decidirnos y actuar. La entrega sobre el aislamiento nos mostró el papel que desempeñan las relaciones sociales, y la falta de sentido en la vida nos permitió ver la capacidad que tenemos para comprometernos con la vida.

Sentir angustia puede ser una guía útil, y hay momentos en que no es malo fomentarla abiertamente, ya que, gracias a ello, podemos reorientar nuestro camino terapéutico cuando en ocasiones andamos perdidos.

También es necesario aprender que la incertidumbre existe, pero que todos debemos aprender a convivir con ella. La angustia, como ya hemos indicado, es una guía al mismo tiempo que una enemiga, pero puede servir para señalar el camino hacia la existencia auténtica. Por ello, nosotros tratamos de reducirla convenientemente (por eso os pasamos tanto la mano por encima) y, después, trabajamos con ella para incrementar la conciencia de vuestra situación con la intención de fortalecer vuestra vitalidad y empuje en la vida. Tenéis que reconocer que a lo largo de estos meses han surgido situaciones que por tratarlas con la debida sensibilidad hemos logrado que seáis más conscientes de las dimensiones reales de vuestros problemas.

Conocéis muy bien nuestro trabajo, sabéis que nos gusta aprovechar todas las oportunidades que surgen a lo largo de la terapia, nuestros encuentros no son “encuentros fallidos”, tratamos siempre de agudizar el estremecimiento en lugar de anestesiarlo. Mucho de vosotros ha experimentado lo que Kierkegaard llamaba “angustia creadora”, es decir, intentamos sacar lo mejor de vosotros, fomentando y favoreciendo vuestra capacidad de resolución.

El descubrimiento de uno mismo es esencial en la psicoterapia, tanto en las sesiones de grupo como en las individuales. Al mismo tiempo es importante que no viváis el grupo como una confesión forzosa. Pero si es importante que comprendáis que, para obtener ayuda del grupo, debéis ser absolutamente honestos tanto en lo referente a vuestras condiciones personales como a las preocupaciones psicológicas, aunque siempre llevando vuestro propio ritmo. Lo importante de una terapia de grupo interactiva es que su desarrollo debe propiciar la creación de un microcosmos social para cada uno de vosotros. Todos, tarde o temprano, comenzareis a relacionaros con el resto del grupo de la misma manera como os relacionáis con personas ajenas al grupo. Por consiguiente, cada uno labra su propia dinámica de relación con los demás.  Y es así como muchos de vosotros habéis comprobado lo aislados que estáis, lo que os costaba acercaros a la gente, la dificultad que experimentáis para expresar sentimientos y lo fácil que os resulta criticaros a vosotros mismos.

Todos los temas tratados tienen solución (aunque la última palabra siempre estará en vuestras manos). Hemos elaborado hasta aquí con temas como la pérdida del tiempo, la responsabilidad, el aislamiento, y la falta de sentido en la vida, un marco de trabajo coherente con la existencia de cada uno de nosotros. Hemos reflexionado lo suficiente sobre nuestra situación y papel en el mundo. Ahora necesitamos centrarnos en cuestiones más prácticas, tenemos que mejorar nuestras habilidades sociales, para ello habrá que volver a trabajar con técnicas como la del entrenamiento asertivo. Tenemos que aumentar la valía personal, también tendremos que retomar el curso de autoestima que dimos el año pasado. Tenemos que explicaros convenientemente la teoría de los Constructos Personales, y profundizar en ella, analizando las Rejillas para tratar de descubrir las contradicciones de vuestros esquemas de valores.

Por último, y como broche final, hablaremos de los datos de laboratorio a los que me referí en las páginas de atrás. Y ya que el tema de la dependencia-independencia es una cuestión que a todos interesa, trataremos de definirla adecuadamente, en el ánimo de que su conocimiento nos sirva de estímulo de cambio y esfuerzo, y no tanto de motivo de angustia y desconsuelo. Para ello, expondremos las características de personalidad de cada uno de los estilos de comportamiento.

Witkin identificó dos maneras básicas de percibir los acontecimientos que nos rodean –la dependencia y la independencia con respecto al campo (el término campo alude al ambiente, al exterior)-. La dependencia de campo, sería equiparable al estilo de vida en torno a la figura de un salvador, en este caso, la forma de percibir los acontecimientos está fuertemente dominada por una percepción global de la situación (todo está bien – todo está mal). En la independencia de campo, es decir, el estilo de vida organizado en torno a la creencia de que se es especial, se perciben los acontecimientos como fragmentos separados respecto a la situación (analizamos lo ocurrido desglosándolo y viendo como las partes que lo componen interactúan entre sí, sin llegar a conclusiones absolutas simplemente por unos pocos datos).

Las múltiples investigaciones realizadas han demostrado que la tendencia hacia uno u otro estilo de percepción aportan una característica permanente y generalizada del funcionamiento de una persona. Las pruebas han demostrado que el estilo dependiente o independiente no se limita sólo a la forma de percibir las cosas, sino que abarca otras áreas de la persona, como sería la actividad intelectual, el concepto que tenga de su cuerpo, y su sentido de identidad y de separación respecto a los demás. Por ejemplo, y para profundizar en alguno de los conceptos indicados, en el área de la identidad, el independiente es más consciente de que determinadas necesidades, sentimientos y atributos les pertenecen a ellos y pueden identificarlos como diferentes de los de todos los demás. En cambio, los que tienen un estilo dependiente confían en fuentes exteriores para definir sus actitudes, juicios, sentimientos y opiniones sobre sí mismos.

La dependencia o independencia con respecto al campo es un abanico continuo, nunca son dos extremos de un continuo, en el que existe un estrecho vínculo entre el estilo que la persona tenga, el tipo de defensa elegida por él (salvador – creerse especial) y los trastornos psicológicos que muestre.

Los dependientes de campo con trastornos de personalidad, es probable que presenten problemas de identidad, con síntomas de dependencia, pasividad y desamparo.  Varios estudios han indicado que estas personas manifiestan un escaso sentido de su identidad separada de los demás.

En cambio, los independientes de campo se caracterizan por agresividad, tendencia al engaño, expansividad, ideas eufóricas de grandeza, paranoia (desconfianza exagerada) y unas características de carácter de tipo depresivo-compulsivo.

En el terreno de la terapia, los dependientes establecen enseguida una transferencia positiva con el psicólogo, y tienden a mejorar mucho antes que los independientes. Los primeros procuran fundirse con el psicólogo, mientras que los segundos son mucho más cautos en su relación con él.

Como puede apreciarse la dependencia o la defensa del salvador extremas origina unas características personales de pasividad, inadecuación y carencia de funciones autónomas.  En el extremo opuesto, la independencia o la creencia en que uno es especial puede acarrear características expansivas, de desconfianza, agresión o rasgos compulsivos. A continuación, vamos a relacionar estas investigaciones con otras que complementan lo aquí indicado. Me estoy refiriendo a la localización de control.

Tras la publicación de los trabajos de Rotter, muchos investigadores se han interesado en el modelo de personalidad establecido en función de la localización interna o externa del control. La pregunta sería: ¿Siente la persona que controla los acontecimientos de su propia vida o por el contrario siente que dichos acontecimientos tienen lugar independientemente de su propia situación?

Las personas con localización de control interna sienten que manejan su propio destino; las personas con locus de control externo piensan que es el destino y las situaciones externas las que dominan su vida y buscan en lo que les rodea respuestas de apoyo y guía.

Los internos tienden a ser más independientes, realizan más cosas y son más activos en múltiples áreas de su vida, y tienen un mayor sentido de dominio personal. Recogen más información y son más aptos para recordarla y utilizarla, así como para controlar su propio mundo. Son menos sugestionables y más independientes y confían más en su propio juicio. Los externos, en cambio, son mucho más sugestionables, realizan menos cosas, dominan menos la situación y presentan menos resistencia. Por otra parte, buscan con mayor frecuencia la ayuda de los demás, y son más propensos a autodegradarse.

Estas características y las ya dadas sobre los independientes (o sea, los que se creen especiales) y los dependientes (los que creen en un salvador) son claramente similares. Podríamos integrarlas en un continuo, en uno de cuyos extremos se hallarán la dependencia de campo, el control externo y la tendencia a creer en un salvador; y en el otro, la independencia de campo, el control interno y la tendencia a creer que uno es especial.

Otras investigaciones han demostrado que los individuos dependientes de campo, externos, son más propensos a presentar dificultades psicológicas que los independientes internos. Los dependientes se sienten con más frecuencia inadaptados, ansiosos, hostiles, cansados, confundidos y deprimidos, y tienen menos vigor y resistencia que los segundos. También ocurre que buscan ayuda en mayor número las personas a las que les han fallado sus defensas basadas en un salvador, es decir, búsqueda de dependencia, disminución del aprecio de sí mismo, indefensión, tendencias masoquistas, depresión por la pérdida o amenaza de pérdida de la figura dominante, que a los que les falla la defensa de creerse especial.

Lo que pretendemos decir con esto, es que el modo externo parece mucho menos eficaz como escudo frente a la angustia que el interno. Es decir, el sistema de defensa basado en la esperanza de un salvador externo parece limitado. No sólo es incapaz de contener la angustia básica, sino que por su propia naturaleza provoca trastornos adicionales: estar convencido de que la propia vida está controlada por factores exteriores, se asocia con un sentimiento de indefensión, ineficiencia y autodesprecio. Si uno no confía en la propia capacidad, limita considerablemente la adquisición de información y aptitudes, y tiende a relacionarse con los demás para congraciarse con ellos. Es evidente que la escasa estima por uno mismo, la tendencia a la autohumilllación y la carencia de habilidades sociales que impidan el desarrollo satisfactorio de la autoestima, junto con unas relaciones sociales insatisfactorias, preparan el terreno a la psicopatología. Por lo tanto, a trabajar que tenemos muchas cosas que hacer, y de momento, habilidades sociales y autoestima. Adelante.


                                                        Juan José Regadera. Murcia, 28 de enero de 1999                                                 



                  Hasta pronto

Comentarios

  1. Un gran artículo Juan José, consigo aprender mucho de cada uno de tus trabajos, tanto personalmente como en el ámbito profesional. Gracias por compartir todos tus conocimientos. Un abrazo

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  2. Gracias a ti, Encarna, por tu comentario. Yo me atrevería a decir, que a estas alturas de la vida es mejor aprender unos de otros. Todos sin excepción somos pequeños maestros, tal vez, lo único que nos diferencie es que llegar a ser maestro en el "arte de la alabanzas" puede resultar un poco más costoso. Quitando esta salvedad, yo también aprendo de ti

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