Sobre la responsabilidad I. Psicoterapia Psicoterapia humanística y existencial


Sobre la responsabilidad I

Psicoterapia humanística y existencial

De muchacho soñaba con ser poeta. Durante tres años escribí, sólo para demostrarme que no tenía dotes para tan genuina hazaña, así, que renuncié. Ahora, después de haber desarrollado otra vocación, he recuperado, a través de estos relatos, aquella responsabilidad que yo mismo adquirí para conmigo aquel día de abril cuando, vestido con ropa de domingo y apoyado en la barandilla de un viejo puente, escribí mi primer poema.

Ha transcurrido el tiempo, y, aunque no persigo como Marcel Proust “buscar el tiempo perdido”, sí quiero aprovechar mi encuentro con vosotros para estimular aquel deseo que un día retuve en mi interior, en esta ocasión, en forma de breve cuento, que, aunque cierto, sirve de introducción a los temas que aquí nos reúnen.

Hoy hablaremos de la responsabilidad. Seguiremos el desarrollo que de ella realiza Yalom en su libro “Psicoterapia existencial”. Como argumento de introducción os relataré un fragmento de mi vida en el que inocentemente, y ya entrado en años, vi alterada mi ingenuidad, ingresando de golpe en el mundo-gris de “los mayores”.

Jean-Paul Sartre, conocido filósofo francés, escribió: ser responsable significa “ser el autor indiscutible de un hecho o cosa”. La responsabilidad implica ser el autor de algo. Ser conscientes de ella es darse cuenta de que estás creando tu propio destino, tus sentimientos, tu ser, tu sufrimiento.

Nunca había sido tan consciente de mi responsabilidad como aquel día de invierno, hace ya ocho años, en que tras llamar a mi puerta un funcionario del Ministerio de Justicia me hizo entrega de un dossier compuesto por doscientos folios. A partir de aquel momento, y sin haber tenido conocimiento previo, mi vida entró, al igual que el personaje de Kafka (José K.), en un largo “Proceso” judicial del que aún no he conseguido salir. 

“Cuando alguien no quiere (leemos en Yalom) aceptar su responsabilidad, e insiste en culpar a otros, personas o fuerzas, de su malestar, no es posible pensar en ayudarle.”

Pero, ¿por qué era responsable del contenido de aquellos doscientos folios sí desconocía lo que allí se decía?

 La experiencia, aún a pesar de lo kafkiano de mi encuentro con el funcionario, ha resultado ser tan importante para mí, que aún permanece intacta en mi memoria. Después de aquel día no he vuelto a sentir la misma libertad. Descubrí que siempre soy el autor de algo, y eso me asusta. 

 Aquellos doscientos folios trataban de mí, y esto era así, porque yo existía dentro del edificio, un edificio con filtraciones de agua (goteras), que aunque no estuviesen bajo mis pies y se hallasen a 30 metros de mi vivienda, el perjudicado se defendía, y al hacerlo, elevaba mi existencia a la categoría de responsable junto con los demás comuneros.

En la novela La nausea, en uno de los fragmentos más significativos de la literatura moderna, Sartre describió ese momento de iluminación que es el descubrimiento de la responsabilidad:

“La raíz del castaño se hundía en la tierra, justo debajo del banco donde me hallaba sentado. Pero yo no recordaba que era una raíz... Estaba sentado, un poco encorvado, la cabeza gacha, solo frente a aquella masa negra, enmarañada y enteramente primitiva que me producía miedo. Fue entonces cuando tuve esa revelación.

Me dejó sin aliento. Anteriormente, jamás había presentido lo que quería decir existir. Era como los demás, como aquéllos que se pasean a la orilla del mar con sus trajes de primavera. Decía, como ellos, el mar es verde, aquel punto blanco que se divisa allá es una gaviota; pero no sentía que aquello tuviese una existencia, que la gaviota fuese una gaviota existente.

…Y, de golpe, estaba allí, clara como el día: la existencia se me había revelado de improviso. Había perdido su apariencia inofensiva de categoría abstracta; era la materia misma de las cosas. Aquella raíz amasaba existencia...”

Fue una raíz de las jardineras de las terrazas de nuestro edificio, la que me hizo comprender la responsabilidad que tengo ante la vida y que confiere y da sentido a mi existencia.

Una vez convertido en personaje kafkiano, y ya envuelto en la burocracia del mundo, el conocimiento de la raíz, causante de roturas y destrozos millonarios en una empresa multinacional, me golpeó.

La situación que os relato sólo adquiere significado por la forma en que los seres humanos hemos organizado y estructurado nuestro mundo. Como decía Heidegger: yo estaba ahí (viviendo en el edificio), pero también formo parte de lo que está ahí (aunque sea la raíz de una jardinera).

Con la metáfora, podríamos simbolizar que todas las raíces de nuestras jardineras forman un único mundo, existen y son reales, aunque no las veamos. La responsabilidad, en algunos casos, se mostraría tan solo como la punta del iceberg.

En mi relato, soy responsable de algo que ni planté, ni cultivé. Es decir, mi ignorancia no me disculpa de mis actos, aunque estos sean por omisión. Soy responsable, no sólo de lo que hago, sino también de lo que prefiero ignorar. Como vemos, la responsabilidad así enfocada va unida a la libertad, libertad para elegir una entre las varias posibilidades que tengo de actuación.

La semana pasada hablábamos de la soledad, no en un sentido social, sino de la soledad de estar no sólo separado de la gente, sino también del mundo tal como uno lo experimenta. Hay muchos modos de protegerse de la ausencia de responsabilidad, e incluso de la soledad, y es buscando alivio. Una manera de aliviarnos es evitando situaciones, por ejemplo, no tomando decisiones, o siendo dependientes. De esta forma buscamos una autoridad, algo mágico, algo más poderoso que nosotros mismos. Como nos recuerda Fromm en su obra El miedo a la libertad, es preferible un tirano a no tener ningún dirigente.

Yalom describe la siguiente anécdota que le ocurrió a un amigo suyo crítico de arte cuando viajaba al sur de California. Se le había ocurrido a su amigo detenerse en uno de esos restaurantes donde sirven comida rápida para los viajeros. Junto con la hamburguesa que había pedido, le llevaron una bolsita de plástico con salsa de tomate. Todos sabéis que, en otros lugares, estas bolsitas tienen una línea punteada y una inscripción que dice “abra por aquí”; pero en las bolsitas de California la línea punteada no aparece, sino sólo un simple “abra por donde quiera”.

Algo parecido me viene ocurriendo desde que trabajo en consulta, cuando era estudiante me explicaban como serían las personas con las que después trataría, pero realmente no he tratado con nadie así. Ahora que recibo revistas especializadas sigo leyendo casos clínicos que no consigo ver en consulta. Cada vez son más las personas que acuden a mi trabajo relatando quejas vagas y poco definidas, muchas veces me quedo con la impresión de no tener una imagen clara del problema, e incluso pienso que ni vosotros mismos podéis definir adecuadamente lo que os sucede. En realidad, no me enfrento con personas reprimidas como le ocurría a Freud en su Viena del siglo pasado, sino que me encuentro con personas que tienen un exceso de libertad y que no saben que hacer con ella. Cuando hablamos de nuestros temas en consulta advertimos de la falta de preparación que tenemos para decidirnos, de lo difícil que nos resulta elegir entre todas las alternativas posibles de que disponemos y de la angustia que esta falta de decisión nos ocasiona.

Los medios que utilizamos para protegernos contra el exceso de libertad son variados, gracias a ellos no somos conscientes de la responsabilidad que tenemos. Para unos, las obsesiones, con ellas experimentamos una total falta de libertad, ya que nos sentimos atrapados en un imperio de fuerzas irresistibles ajenas a nosotros y de las que no sabemos como librarnos. A través de las obsesiones evitamos elegir y responsabilizarnos ya que sentimos que nuestra vida está sin control y fuera de nuestro alcance. Para otros, desplazando la responsabilidad a otra persona. También nos encontramos con quienes niegan la responsabilidad adoptando el papel de “víctima inocente”, en ellos existe un fondo de tipo histérico negando la responsabilidad por creer que son víctimas inocentes de los acontecimientos que ellos mismos (sin querer) han desencadenado. También nos encontramos con aquellos que niegan la responsabilidad argumentando sentirse temporalmente “con la mente alterada”, esto lo observamos cuando damos con situaciones en las que la persona entra en un estado temporal de irracionalidad, durante el cual actúa de forma irresponsable, porque cree que no tiene que dar cuenta de su conducta ni siquiera ante ella misma. Tal vez, el caso más común entre nosotros sea evitar la responsabilidad adoptando un papel dependiente, en este caso lo más sorprendente es que sabemos perfectamente qué hacer para mejorar y, sin embargo, nos negamos a dar los pasos necesarios.

Para   asumir la responsabilidad, el primer paso que tenemos que dar no es emplear una técnica, sino adoptar una actitud sobre la cual descansarán las técnicas que se sigan. Tenemos que tener claro que no ha sido la mala suerte, ni la casualidad, ni los genes defectuosos, lo que nos ha provocado que nos sintamos solos, aislados, maltratados o que no podamos conciliar el sueño. Tenemos que determinar qué papel desempeñas en tu propio dilema y encontrar la manera de comunicarte este conocimiento profundo de ti mismo. Mientras no comprendamos que somos nosotros mismos los que creamos nuestro propio malestar careceremos de motivaciones para cambiar. Mientras sigamos pensando que los trastornos nos los está causando otra persona, la mala suerte, un trabajo inadecuado o cualquier otra causa externa, ¿para qué gastar energía tratando de cambiar? En estos casos la estrategia más adecuada no es la terapia sino pasar a la acción, cambiando todo el ambiente, en la medida de nuestras posibilidades, como hizo mi amigo Roberto.

Hace unos días Roberto me hizo entrega de una carta que transcribo a continuación:

“Relataré mi experiencia brevemente: un día de hace ya varios años comenzé a notar un cambio muy drástico en mi interior. No era capaz de identificar el por qué de la situación, me encontraba agobiado, roto, inmerso en un mar de dudas con muchas preguntas y sin ninguna respuesta.

La desesperación me estaba dominando a pasos agigantados. Mi reacción ante esa situación fue el aislamiento absoluto de mi persona. No quería saber nada de nadie, comenzé a alejarme de los seres más cercanos a mí, tal vez, para evitar introducirme en sus problemas.

Al tiempo comencé a desarrollar una serie de síntomas (hipocondría, obsesiones) que iban creando una fuerte tensión interior. Posteriormente aparecieron otros síntomas físicos (ansiedad, crisis de angustia) que terminaron por rematar la faena. A partir de ese momento me hundí, sin saber por qué, y lo que es peor sin fuerzas para salir de ese pozo.

Visite varias veces mi médico de cabecera, el cual me recomendaba mucha calma y tranquilidad. Me insinuó que debería hacer un paréntesis y ponerme a ordenar mi vida interior. Como no era capaz de seguir sus consejos, continué visitándolo. Lo único que quería es que me hicieran pruebas médicas para localizar el por qué. Yo en el fondo de mí sabía que físicamente me encontraba bien, pero tenía la necesidad urgente de justificar mi estado de ansiedad con alguna enfermedad.

En una de esas visitas (por cierto, la última), me indico que no tenía ningún problema físico. Me receto tranquilizantes y me propuso que fuera a visitar a un psicólogo (al recomendarme dicha visita rompió de un plumazo y en cuestión de segundos mi esquema y control de la situación, ya que la justificación médica quedaba a un lado y tendría que enfrentarme al lado psicológico del problema).

En ese momento entre en escena mi amigo y psicólogo, Juanjo. El me enseña a despejar mis dudas y, sobre todo, a conocer el por qué de lo que me estaba ocurriendo.

Como bien me has enseñado, la calma es el factor más importante para afrontar esta situación. Empecé a descubrirla en los momentos más tensos y angustiosos. Yo también he aprendido que soy cobarde, aunque queramos disfrazarlo. He aprendido a ser valiente, tomando la decisión de ser “yo mismo”, “autentico”, “original”, “sin fotocopias”, con mis virtudes y mis defectos. He tenido el valor de enfrentarme con mi “Yo interior”. De momento, estamos ganando esta difícil batalla.

Durante años, aparenté ser una persona responsable, arriesgada, integra, pero ahora sé que alguna de esas responsabilidades me daba miedo asumirlas. Ahora he encontrado la línea del cambio, muchas de mis dudas se van despejando, pero lo más importante es que estoy recobrando mis valores y el sentido de mi vida.

Para llegar hasta aquí, Juanjo, has tenido un papel decisivo en mi cambio. He aprendido de tus experiencias, has desmantelado el falso “Yo” apareciendo el auténtico. Al principio fue muy duro, a causa de mi rigidez y poca apertura hacia ti. Aquello, poco a poco, fue desapareciendo creándose un ambiente de confianza. Indicarte como anécdota, aquella tarde que tuvimos que cortar la consulta por una “crisis de angustia” al decirme que era “femenino”. Estuve a punto de tirar la toalla. Gracias a tu insistencia y a los consejos de mi mujer fui capaz de seguir adelante, de lo contrario, aun me estaría arrepintiendo.

Ambos hemos conseguido fortalecer mis sentimientos y emociones, he dejado de ser aquel chico que llego a tu consulta fuerte, responsable, activo, valiente y con las ideas claras, vamos perfecto. Para ser “Yo mismo”.

Me has enseñado a tener capacidad para crear alternativas a los problemas, gracias a tantos minutos que hemos dedicado a conversar, a exponer nuestras experiencias, de las que he aprendido mucho, me han servido como guía y orientación para encontrar el camino a seguir.

Por ultimo, decirte que me siento muy bien, estoy trabajando duro para recobrar mi identidad. Te doy las gracias por tu ineludible papel, por tu ayuda, comprensión y experiencia. De nuevo, gracias por todo amigo, y a seguir batallando. Esto funciona, te lo aseguro.”

La buena disposición para aceptar la responsabilidad varía considerablemente de una persona a otra: Roberto necesitó acudir en tres periodos distintos a consulta(e incluso cambió su ambiente hasta el punto de que abandonó su trabajo voluntariamente por estar convencido de ser esa la causa de su disforia – más adelante comprobó que no; Sara necesito dos años y medio para aceptar la responsabilidad de sus necesidades afectivas...) generalmente suele ser una tarea difícil, pero una vez que se asume la responsabilidad, el cambio suele ser casi automático y sin ningún esfuerzo. Otros, sin embargo, reconocen su responsabilidad con mayor rapidez, pero se estancan en otras etapas del tratamiento. Por regla general, la conciencia de la responsabilidad no es uniforme: algunos podéis aceptarla en algunos terrenos y negarla en otros.

Lo que podemos hacer, es estar atentos para detectar los métodos que utilizáis para evitar la responsabilidad. El principio que podemos seguir sería el siguiente: cada vez que te quejes de tu situación, puedes preguntarte: ¿Qué he hecho para crearla? Muchas veces vemos nuestras vidas como si se tratara de realidades inalterables, en lugar de verlas como una tela de araña tejida por nosotros mismos y susceptible de volver a tejerse de múltiples maneras. Tal vez sería esta la razón –nos cuenta Yalom- por la que su amigo Otto Will le dijo a un cliente, limitado por su situación y muy obsesivo: ¿Por qué no cambia de nombre y se muda a California? De este modo le obligó a enfrentarse de golpe con su libertad, con el hecho de que era libre para cambiar la estructura de su vida y para volver a conformarla de manera diferente (recientemente Jack Nicholson ha ganado un Oscar por su película “Mejor Imposible” que trata de un obsesivo-compulsivo que al final se hace dueño de su libertad cambiando radicalmente su vida).

Tampoco quiero ser extremista, soy consciente de que “hay muchas cosas que no pueden cambiarse”, tenemos que ganarnos la vida, ser padres, madres, e incluso hijos, responder a las obligaciones morales ya contraídas.  También existen limitaciones: un parapléjico no es libre para caminar; un hombre pobre no puede retirarse; una viuda mayor no podrá, tal vez, casarse, y así sucesivamente. Esta objeción –fundamental para el concepto de la libertad- es tan importante que más adelante le dedicaremos un espacio aparte.

Pero si tengo que ser realista, se requiere algo más que buenas palabras para estimular a la gente a que cambie, a veces hay que ser más contundente, y es por eso que el analizar el “aquí y ahora” de una situación puede servir para demostrar que lo que la persona esta mostrando en miniatura, dentro del marco de la consulta, el mismo tipo de problema es el que presenta en la vida misma. En esos momentos, es cuando podemos fortalecer al cliente de la conciencia de su responsabilidad. Manolo, en la última sesión de grupo, el “aquí y ahora” fue tan intenso que estuvimos en consulta hasta las once de la noche – después vimos que mereció la pena -.

Con Manuel, veíais, en la sesión de grupo, como me movía en terreno movedizo cuando intentaba refutarle sus argumentos sobre su responsabilidad en su ruptura amorosa. En aquel momento, Manolo no ponía límites a su resistencia, era lógico, él no podía ser objetivo con su propia interpretación, sin embargo, vosotros si os dabais cuenta de su falta de objetividad (esa situación sí era valiosa para los que estabais en la terapia de grupo)

La eficacia de tratar el “aquí y ahora” será mayor cuando seleccionamos un incidente que guarda relación o semejanza con el problema que os empujó a pedir ayuda. La opinión de Yalom a este respecto, es que el terapeuta debe guiarse por incidentes concretos que considere importantes para la situación que esté tratando y perseverar tenazmente hasta sacarle el máximo provecho. Si aún a pesar de insistir en ese punto, vosotros no aceptáis la interpretación, sería recomendable repetirla en el futuro cuando ocurran otros hechos que corroboren el descubrimiento que considero haber encontrado, como consecuencia del incidente, o incluso esperar a tratarlo cuando la relación con vosotros sea más sólida y estable.

En innumerables ocasiones me encuentro con frases como estas: “no sé qué debo hacer”, o “si supiera lo que debo hacer, no estaría aquí”, o “por eso vengo a verte”, o “dime lo que debo hacer”, en estos casos aparentáis estar desamparados, y aunque insistís en no saber lo que debéis hacer, en realidad habéis recibido numerosas indicaciones explícitas o implícitas por mi parte al respecto, de alguna forma seguís evitando asumir la responsabilidad del cambio. Es importante subrayar aquí que la súplica “¡dime lo que tengo que hacer!”, es una declaración de que os estáis negando aceptar la responsabilidad.

Cuando trabajamos en terapia de grupo estamos creando un camino intermedio en el proceso de reconocimiento de las elecciones que todos y cada uno de nosotros debemos tomar. Escuchar y observar los relatos de los compañeros incrementa vuestra conciencia y convicción de que nos guste o no, tenemos que enfrentarnos con la elección (la que deba ser en cada caso) ya que no es posible escapar de la libertad que tenemos para elegir. A veces puede venir bien sugerir una acción concreta, que vosotros nunca habéis considerado por vuestras propias autolimitaciones. Así la pregunta “¿por qué no?”, puede llegar a ser mucho más útil que la pregunta “¿por qué? Lo importante no es seguir o no la sugerencia, sino que nos percatemos de que es posible considerar las distintas opciones que nos parecen más válidas, y de que no es tan imposible plantearlas o elegirlas.

Lo relevante del relato de Roberto radica en su reconocimiento de la evitación de la responsabilidad, mientras la evitaba empeoraba, en el momento en que se puso en contacto consigo mismo, comenzó su verdadero crecimiento e integración.

Kaiser en su libro “Psicoterapia efectiva” promulgaba, no sin razón, una profunda paradoja humana: anhelamos ser independientes, pero retrocedemos ante la consecuencia inevitable de la misma, que es el aislamiento. Esta paradoja la denominó “el talón de Aquiles congénito de la humanidad”; según Kaiser esta situación requiere de algún “truco mágico”, es decir, algún mecanismo que nos permita negar que estamos solos, el “truco”, consistiría en atenuar el desarrollo de nuestro yo para poder fundirnos con el otro. Idénticamente Ortega señaló que el hombre recurre a fantasear otras vidas, las de los demás, pero que no se trata de una fantasía creadora, sino que es puramente reproductiva (hacer lo que hacen los demás). Este reproducir las vidas de los demás, atenuará nuestra sensación de aislamiento y la falta de fundamentos que subyace en buena parte de nuestras conductas.

A estas alturas de lo leído, podríamos preguntarnos: ¿Ayuda la psicoterapia a incrementar la conciencia de la responsabilidad? De la revisión de investigaciones descritas en el libro de Yalom se podría extraer la siguiente conclusión, parece ser que uno de los resultados de la terapia efectiva es que uno no solamente aprende a relacionarse con intimidad –esto es, lo que uno puede obtener en su relación con los demás -, sino que también descubre los límites de la misma, es decir, lo que uno no puede obtener de los demás, ni en la terapia ni en la vida.

También podríamos hacernos otra pregunta: ¿Y cuales son los límites de la responsabilidad?, hace unos dos mil años, Epicteto declaró:

“Tengo que morir. Tengo que ser encarcelado. Tengo que sufrir el exilio. Pero, ¿tengo que morir quejándome? ¿También estoy obligado a gimotear? ¿Alguien puede impedirme que vaya sonriendo al exilio? El amo amenaza con encadenarme. ¿Qué digo? ¿Encadenarme? Puede encadenar mi pierna, sí, pero no mi voluntad; ni siquiera Zeus puede hacerlo.”

Como veréis esto no es ninguna bagatela, la propia actitud del ser humano hacia su situación constituye su cruz. No podemos negar que el ambiente, la genética y la causalidad desempeñan un papel decisivo en la vida de la persona. Las circunstancias que nos limitan son evidentes: encontrar trabajo, encontrar pareja, nuestros impedimentos físicos, la falta de educación, la mala salud, la amargura, la ira, la depresión. Cuando todo falla, cuando la adversidad es elevadísima, todavía continuamos siendo responsables de la actitud que adoptemos hacia la adversidad. Lo importante sería identificar el nivel de adversidad que uno posee realmente, por eso en terapia muchas veces tratamos de ayudar a que reconstruyáis aquello que no puede alterarse.

El sentido de la responsabilidad no quedaría bien explicado sino tratáramos un elemento inesperado que aparece ante nosotros como la sombra oscura de la responsabilidad, me estoy refiriendo a la culpa. Podemos establecer una distinción, entre la culpa “real” aquella que emana de una mala acción “verdadera” que va en contra de otra persona. Los “sentimientos de culpa”, que emanan de una mala acción “imaginaria” o “neurótica” (o malas acciones menores a las que respondemos de una manera desproporcionadamente enérgica) en contra de otras personas, y la “culpa existencial” –como la denomina Yalom- que es aquella que emana de la “omisión”, fruto del sentimiento de lo que no hemos hecho con nuestras vidas y deberíamos haber hecho.

Roberto sufrió durante años las inclemencias de su “arrepentimiento”, de su “remordimiento”, o de su “autocondenación”, no importa que nombre utilicemos. Roberto es culpable de lo que no ha hecho con su vida. Su elección ha sido la correcta desde el momento mismo que ha deseado sumergirse en su “verdadera” vocación, que según Kierkegaard es “el deseo de ser uno mismo”.

Roberto, te agradezco tus palabras y la gran ayuda que me has prestado, junto a ti he reflexionado sobre mi, he aprendido a distinguir, al igual que tú, entre la culpa real, la culpa neurótica y la culpa existencial. Nuestra culpa existencial no es el resultado de algún acto criminal que hayamos cometido, es el resultado de nuestra renuncia a cumplir con nuestro destino. La víctima somos nosotros mismos, por vivir una vida incompleta, por esperar a que otra persona nos diera permiso. Lo somos, en definitiva, por no desarrollar nuestro potencial personal por muy deforme y mal organizado que este estuviese.

Yo me siento culpable por no haber escuchado “la voz de mi conciencia”, es decir, por no atender a la voz que me obliga a ser auténtico conmigo mismo. Soy culpable, en la medida en que no he desarrollado mis autenticas posibilidades. Lo soy, y me siento, cada vez que en mi interior susurro bajo voz: “Yo de muchacho ilusionaba con ser poeta”. Como dijo Otto Rank: “me siento culpable de la vida que no estamos aprovechando, de la vida no vivida que hay en nosotros”. Me siento, de todas las poesías no escritas, de todas mis excusas autoimpuestas, de mi falta de vocabulario, de mi presunta dislexia, de mis problemas temporales, de mi disfemia, pero sobre todo Roberto, me siento culpable de mi falta de coraje para enfrentarme con mi hipotético fracaso: “Yo de muchacho ilusionaba con ser poeta”.

Los dos tenemos motivos suficientes para estar contentos, tu y yo hemos descubierto –como nos describe Rollo May -, que la culpa existencial es como “una emoción positiva y constructiva..., una percepción de la diferencia entre lo que algo es y lo que debería ser”. Ambos sabemos que nuestra culpa es necesaria para nuestra salud mental.

Juntos, a lo largo de estos años, hemos descubierto que nuestros sentimientos de disgusto con nosotros mismos estaban provocados por la discrepancia entre lo que éramos y lo que podría ser: tú, con tus dificultades para admitir la sensibilidad, yo, con mis sueños de poeta. Ahora disponemos de una guía que nos conduce por el camino correcto, tú lo has demostrado con tu relato, yo lo estoy desarrollando aquí mismo.

 

 

                                                              Juan José Regadera. Murcia, noviembre 1998                                                                                                                                               

        

                        Hasta pronto                                   

     



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