Sobre la Voluntad. Psicoterapia humanística y existencial


Sobre la Voluntad

Psicoterapia humanística y existencial

Tomar conciencia de nuestra responsabilidad no es suficiente para cambiar, tan solo es el primer paso, es como penetrar en el vestíbulo del cambio. Para completar el resto del camino, debemos pasar a la acción. Cierto proverbio japonés dice así: “Saber y no actuar es no saber absolutamente nada”.

Los neuróticos nos pasamos demasiado tiempo preocupándonos del pasado y la voluntad se preocupa del futuro, se ocupa de los proyectos.

¿Qué sucede una vez que hemos conseguido admitir que somos responsables de buena parte de la desdicha con la que nos enfrentamos en nuestra vida? Ingenuamente podríamos pensar que sólo por saberlo vamos a cambiar, que si conocemos bien lo que nos conviene actuaremos en consecuencia.  Pocas veces esto da resultado, podemos tener “fuerza de voluntad” para cambiar temporalmente, pero este esfuerzo consciente del cambio suele ser bastante frágil.

Como psicólogo no puedo “crear” vuestra voluntad, ni tan siquiera “generarla”, me tengo que conformar con “influir” sobre ella, eliminando todos vuestros obstáculos con el fin de liberarla. Pero aun así, la tarea sigue siendo vaga, por lo que trataré de desnudar a la voluntad intentando identificar los cambios que sufre a lo largo de la terapia para poder plantear qué tipo de estrategias son las más adecuadas para un tratamiento que persiga influir sobre la voluntad.

Como ya sabéis, algunos de vosotros que presentáis obsesiones, os referís a ellas como presiones internas que os obligan a actuar en contra de vuestra voluntad. Otros, os mostráis indecisos, incapaces de desear algo o de actuar. También, podéis sentir angustia por una decisión difícil de tomar, o podéis, sentiros tímidos, e inseguros o culpables, en cuanto, que queréis realizar una acción y no podéis.

Sea como fuere, nosotros lo que buscamos y deseamos es cambiar, y el cambio sin esfuerzo no es posible, necesitamos una gran determinación y un fuerte compromiso. Y por supuesto, no debemos confundir “voluntad” como “fuerza de voluntad”, buscamos algo más definitivo y menos transitorio.

Ya que el tema es bastante amplio y para no hacer sólo comentarios generales y triviales, y con el ánimo de ser más prácticos, consideraremos las partes que componen la voluntad por separado.

Vosotros esperáis un cambio, queréis dar un paso hacia delante, pero este paso si verdaderamente es un paso responsable comenzara con un deseo. El puente entre tu deseo y tu decisión de cambio será el compromiso y el empeño que pongas en realizarlo. Cualquier cosa que desees que no haya supuesto una acción concreta y determinada significará que no ha habido un deseo auténtico, y por lo tanto no estaremos hablando de autentica voluntad, sino más bien de impulsividad.

¿Cuántas veces hemos mantenido esta conversación?:

-¿Qué puedo hacer?

-¿Qué te impide hacer lo que deseas?

- Si no sé siquiera lo que quiero. Si lo supiera, no estaría aquí.

Al principio de comenzar la terapia os sentís como bloqueados en vuestros deseos, os falta opinión, incluso carecéis de inclinaciones y de apetencias personales. Algunos mostráis incapacidad de sentir o de expresar vuestros sentimientos. Generalmente aquellos que presentáis un buen número de síntomas físicos os resulta difícil encontrar palabras para los sentimientos y por lo tanto retenéis en vuestro interior la presión de vuestras emociones ante la incapacidad de verbalizarlas.

La importancia de la expresión de las emociones es evidente, mejora nuestras relaciones sociales: somos más espontáneos, menos pesados, amorfos o aburridos, parecemos menos forzados o falsos, provocamos juego y diversión en nuestra conversación, en lugar de mostrarnos cuidadosos y calculadores.

Los deseos necesitan de los sentimientos, si no pueden apoyarse en ellos, dejan de ser deseos para convertirse en obligaciones, es decir, para realizar las cosas con ilusión debemos desearlas desde dentro de nosotros y no como algo que nos es sugerido desde fuera. Las personas que hacen las cosas por exigencias del ambiente y por los dictados de la razón son vistos por los demás como personas mecánicas, calculadoras y carentes de vida. No son personas espontáneas, su conducta es pronosticable e incluso resultan aburridas para los demás.

El deseo es más importante que el pensamiento o la imaginación, el deseo tiene sentimiento, tiene fuerza. Si estas bloqueado no podrás experimentar lo que deseas y tu voluntad quedará atrofiada.

El sentimiento es un requisito previo del deseo, pero no son la misma cosa. También podemos sentir sin desear, y en consecuencia tampoco ocurrirá un acto de voluntad, en este caso nos mostraremos de forma impulsivamente explosiva, es decir, con mucho sentimiento, pero sin ningún propósito concreto, con lo que nuestra conducta será destructiva tanto para los demás como para nosotros mismos. Este sería el caso de nuestra amiga Sara. Los personajes más conocidos de la literatura actual “incapaces de desear” como por ejemplo “El extranjero” de Albert Camus, “El inmoralista” de André Gide, estaban dotados de una aguda sensualidad, pero aislada de sus propios deseos, especialmente en lo concerniente a sus relaciones con los demás. Sus acciones eran muy sentidas pero impulsivas, ya que no obedecían a un proyecto (deseo) determinado.

Aquellos de vosotros que sois capaces de reconocer que vuestros sentimientos están bloqueados, tenéis que saber que el trabajo de consulta será más lento, pero no importa, lo que debemos hacer es perseverar, una y otra vez, preguntándote: ¿Qué sientes?, ¿Qué deseas?, y explorar el origen del bloqueo y de los sentimientos entumecidos que hay tras él.

No tener claro los deseos no quiere decir que uno esté totalmente paralizado e inhibido. Algunos de vosotros que no sabéis lo que queréis, actuáis de forma rápida e impulsiva con respecto a algunas de las decisiones que es necesario tomar. Actuar así, llevado por un impulso o capricho, es igual que el que reprime sus deseos, ya que con su impulsividad evita desear. En este sentido elude tener que elegir entre sus distintos deseos, los cuales pueden incluso ser contradictorios. En esta ocasión, la actuación tampoco es la correcta ya que desear es proyectarse hacia el futuro, por lo que es necesario considerar las implicaciones y consecuencias futuras de actuar movido por un deseo. Esto se ve mejor en los deseos que implican a otras personas. Lo verdaderamente importante para aquellos de vosotros que actuáis movidos por un impulso, es seleccionar, de entre todos los deseos que tengáis, el más adecuado a la ocasión, dando a cada uno de ellos una prioridad sobre el resto. Por ejemplo, si dos deseos son excluyentes entre sí, lo lógico es que tengamos que renunciar a uno de ellos, imaginar un escritor que desea que se le entienda en aquello que quiere escribir. Si lo importante para él, es comunicarse con claridad, tendrá que renunciar a otro deseo que pueda tener, como podía ser el parecer ingenioso, ya que si lo hiciese –parecer ingenioso -, correría el riesgo de que no se le entendiese. Por lo tanto, ser impulsivo y no saber discriminar los deseos es síntoma de problemas de la voluntad y denota una incapacidad para proyectarse en el futuro.

Una vez que hemos conseguido experimentar plenamente el deseo, es entonces cuando estamos preparados para enfrentarnos a la decisión de hacer o elegir cualquier cosa. La decisión sería el puente entre lo que deseamos y aquello que estamos llevando a cabo.

En la obra “Esperando a Godot” de Samuel Beckett, los personajes piensan, planean, posponen y resuelven, pero no decide. La obra termina con el siguiente diálogo:

Vladimir: ¿Nos vamos?

Estragón: ¡Vámonos!

(Director de escena): Nadie se mueve.

¿Por qué es tan difícil decidir?, ¿Qué sucede entre la decisión y el compromiso de actuar? Cuando intento descubrir que os impide realizar una determinada cosa me sorprendo de la diversidad de respuestas que me dais, me sorprendo aun más, cuando observo lo doloroso que os resulta no hacerlo, y aun así, “Nadie se mueve”.

El protagonista de “Grendel”, una novela de John Gardner, hizo una peregrinación para ver a un anciano sacerdote, quien debía revelarle los misterios de la vida. El sabio le dijo:

 “Lo malo es, en última instancia, que el tiempo está constantemente pereciendo, y que, para ser real, hace falta eliminar”.

Trataré de explicar las palabras del sacerdote; una de las razones fundamentales por las que es tan difícil tomar decisiones es el hecho de que por cada “si” que digamos a algo, tiene que haber un “no” a otra cosa. Es decir, decidir una cosa significa siempre renunciar a otra. Y para mí- nos dice Yalom-, lo más terrible y devastador de todo, es que el tiempo se va desvaneciendo(pereciendo), consumiéndose, a medida que más tardes en decidir, más tiempo agotas y las cosas van desapareciendo.

Sentarse en un cruce de caminos y no decidirse por ninguno de ellos, porque no pueden tomarse ambos, constituye una imagen particularmente acertada para definir la incapacidad del ser humano para renunciar a alguna de sus posibilidades. Algunos de vosotros que más problemas de voluntad presentáis sufrís, no sólo porque no puedes decir que sí, sino también porque no puedes decir que no. Lo que más os cuesta es aceptar las implicaciones que conlleva la renuncia (es decir, tener que perder algo).

Una decisión es un acto solitario y es nuestro propio acto, puesto que nadie más puede decidir por nosotros, y hay quienes tratan de evitar las decisiones obligando o persuadiendo a los demás para que decidan por ellos.

La decisión esta muy unida a la culpabilidad, la cual, es capaz de paralizar el proceso de la voluntad. A continuación, y como relato reflexivo sobre la culpabilidad existencial, aquella que emana de las transgresiones en contra de uno mimo, transcribo la carta de una compañera de consulta que desea permanecer en el anonimato, dice así:

  

Jueves, 26 de noviembre 1998

“Estoy trabajando, dispongo de un momento y he sentido la gran necesidad de profundizar en mi interior. ¡Que difícil es para mí! Soy como el niño pequeño que comienza a dar sus primeros pasos, estoy insegura, aterrorizada, asustada y con mucho miedo, pero es tal la necesidad que tengo de conocerme que estoy segura de conseguirlo con tu ayuda y mi esfuerzo.

Quizá me esté equivocando y exigiendo demasiado. Tengo la impresión de querer tirar toda mi casa, observo que nada de lo que hasta ahora tenía me sirve. Pienso que hago mal, debería empezar a aceptarme, es la única fórmula para poder encontrarme más tranquila y a gusto conmigo misma. También me veo demasiado crítica y dura con los demás, y eso es negativo ya que no soy quién para juzgar a nadie.

No me explico cómo, teniendo la suerte de tener a mi lado una persona (- se refiere a su esposo) que siempre ha querido ayudarme, diciéndome lo que debería hacer para encontrarme a mí misma y así poder mejorar conmigo y con los demás, he podido ser tan cobarde, irresponsable y tan miedosa, que no he sido capaz de avanzar ni siquiera un poquito.

A mi marido esto le produce una gran tristeza al comprobar que toda su vida ha estado pendiente de mí, animándome, respetándome e incluso valorándome, y yo no he sido capaz de dar un paso, aunque sólo hubiese sido por él y eso ahora me está doliendo mucho. Ahora contigo (- se refiere a su psicólogo), tu me animas a dar pequeños pasos y yo me resisto, estoy tan acostumbrada a estar parada que no sé el tiempo que tardaré en arrancar.

No quisiera concluir esta nota sin mencionar un hecho muy importante, tremendamente importante para mí, ¡me has hecho pensar!

Sólo por esto, te estoy muy agradecida.

No quiero dejar en el olvido el hecho que me llevo a tú consulta después de tantos años (- se refiere de estar pasándolo mal):

Un día viendo una crisis muy fuerte de mi hermana, me vi como ella, esto produjo en mí tal impacto que me hizo ver muy claro que algún cambio tendría que producirse en mí para no verme igual. Sola no lo podía hacer y te busqué a ti para conseguirlo”.

Nuestra anónima escritora, trata de relatarnos a su manera que se siente arrepentida de no haber vivido plenamente su vida, de no haber aprovechado todas sus posibilidades.

Cuando en consulta consideramos las razones por las cuales le es difícil dejar de sentirse mal, se da cuenta que sus motivos no son tan importantes como ella piensa. Esto significaría que podría haber dejado de sentirse mal mucho antes. Este descubrimiento puede ser muy duro ya que siempre se había considerado como una víctima de su enfermedad. Decidirse a cambiar significaría aceptar la culpa por la atrocidad que ha cometido contra sí misma.

 Tu y yo, escritora de otoño, lo hemos pasado mal, pero me ha consolado comprobar que entendías mi esfuerzo, he tratado de ayudarte a que comprendas lo importante de tomar una decisión, de cambiar para ti misma, es decir, de no basar tu cambio en los deseos de otros, ya sean estos de tu marido, de tus hijas, o de tu terapeuta. Tienes que aceptar tu culpa existencial (y la consiguiente depresión) por haber obstaculizado tu propio desarrollo, y la aplastante responsabilidad por tus omisiones pasadas y por tu futuro. La mejor manera –tal vez la única- de enfrentarte a la culpa por haber violado los deseos de otros y los tuyos propios, es la expiación (es decir, cumplir con tu cometido). No puedes retroceder; pero puedes expiar el pasado (las faltas) alterando el futuro (cumpliendo con él).

 Ahora, mi escritora secreta, te toca ser madre y esposa, además de persona, con derechos y opiniones, con éxitos y fracasos. Cuando quieras puedes darte a conocer. Te esperamos.

Como las decisiones son extraordinariamente difíciles y dolorosas no es extraño que tengamos mecanismos para evitarlas, el más simple de todos es retrasarla.  Otras veces, si lo difícil es tener que renunciar a una posibilidad al mismo tiempo que elegimos otra, podemos arreglar la situación para tener que renunciar a las menos cosas posibles. Otro mecanismo usado con frecuencia, es que la alternativa elegida se considera muy positiva y la rechazada se contempla como menos atractiva, de este modo atenuamos el dolor de la decisión. También solemos delegar la decisión en otra persona. Las tácticas que utilizamos para delegar son innumerables. También podemos decidir consultando a la suerte (hay un sin fin de medios para dejar que un agente exterior, como es la suerte decida por nosotros). Tal vez, la manera más elegante y cómoda de evitar decidir lo constituya ceñirse a las normas establecidas, esta estrategia produce gran alivio, aunque limite la iniciativa, la elección, y la ambición.

Pero lo cierto, es que ningún cambio ocurrirá si no se toman decisiones, y el cambio no se producirá si no existe un esfuerzo. Lo primero que podemos preguntarnos a la hora de tener que decidir algo será ver ¿con qué alternativas contamos? Aunque al principio pensemos que no contamos con ninguna, debemos insistir pues lo normal es que no sea así. Esta técnica suele ser efectiva para combatir el miedo a la decisión, pero es importante recordar que sois vosotros y no yo, quienes debéis enumerar las opciones y elegir entre ellas. Una decisión hecha por otra persona no es ninguna decisión: uno no se ha comprometido con ella; y si no se ha comprometido, no ha tenido ningún cambio en el proceso de la toma de decisiones, es decir, que ese cambio no se extenderá a la siguiente decisión.

Nadie hereda la carencia de voluntad. Yo, desde mi trabajo, no puede crearte la voluntad, ni el compromiso, ni animar a que te decidas, ni inspirarte en la solución de un problema, pero sí puedo influir sobre todos y cada uno de los factores que te condicionan en esa falta de voluntad. Mi tarea será ayudarte a eliminar los obstáculos que te impiden actuar, aunque no exista ningún obstáculo aparente en tu camino. Una vez logrado, podrás desarrollarte de forma natural, de este modo, mi tarea no será crearte la voluntad, sino barrer los obstáculos que te impiden desarrollarte.

A continuación, describiré las diferentes maneras de enfocar mi tarea:

Primero es fundamental que comprendas lo inevitable e importante de que tomes decisiones. Luego crearemos un “marco” para la decisión que hayas elegido, después consideraremos las implicaciones más profundas (el significado) de la decisión. Por último, mediante el conocimiento de tus capacidades y valores (eso lo tratamos en terapia individual) intentaré despertar tu voluntad adormecida.

No olvides que mi trabajo no consiste tan solo en fomentar tus capacidades, sino también que descubras, una por una, todas las tácticas que empleas para evitar el asumir tu responsabilidad ante la decisión a tomar.

Tomar decisiones mejora la estimación de nosotros mismos (recordáis lo feliz que se encontraba Manuel después de decidir irse con vosotros de puente). Evitarlas, aunque sea por pura pasividad o cobardía, y no por una renuncia expresa, aumenta más nuestro autodesprecio. Para sentir aprecio por sí mismo, uno tiene que comportarse de una forma que le inspire cierta admiración (Manolo, ¡enhorabuena!, desde aquí aprovecho para felicitarte. Y como no, también a Alberto, ¡cuánto coraje has tenido amigo leñador!, con que elegancia has reconocido tu responsabilidad).

Cómo enmarcar una decisión. Esto se consigue muchas veces proporcionando una perspectiva diferente sobre la decisión, es algo así como colocarle un marco nuevo a la situación. Para ello es necesario que veamos la situación global de tu vida en pequeños contornos en lugar de contemplar el enorme tapiz que conforma tu existencia. Los detalles de esas pequeñas partes pueden realzarse y adquirir un significado más vivo, en lugar de quedar empequeñecido en el momento mismo de mostrar toda la situación en su conjunto. Gracias a esta estrategia podemos comprender que muchas de las cosas que nos atormentan caen fuera del núcleo central de nuestra persona hallándose estas en la periferia de nuestro ser.

Toda decisión tiene un componente consciente y visible y uno subterráneo de tipo inconsciente. Una vez que se comprenden los significados profundos de una decisión, ésta suele tomarse sin dificultad. Por lo tanto, ayudar a alguien atormentado por la necesidad de tomar una decisión equivale también a investigar y conocer esos significados subterráneos e inconscientes.

Que nuestra relación en consulta esté basada en la aceptación y confianza mutua es crucial para favorecer tu cambio, del mismo modo que el que puedas conocerte a un nivel más profundo favorece el resurgir de tu voluntad. Sólo tu puedes cambiar el mundo que has creado, nadie más puede cambiarlo, ni cambiar por nosotros. Cambiar no encierra en si ningún peligro, no tiene porqué ocurrirnos nada nocivo. Imaginarnos calamidades por el simple hecho de cambiar nuestras vidas es un serio obstáculo a nuestra voluntad. Si enumeráramos las calamidades fantasiosas que piensas que pueden ocurrirte, comprenderías que tus temores son infundados.

Inevitablemente tenemos intereses contradictorios que nos impiden conseguir los cambios que ambicionamos; sería muy difícil desear tener unas relaciones de pareja maduras y al mismo tiempo buscar que nos cuiden, protejan y mimen. Conocernos bien permite derribar estos obstáculos contradictorios que bloquean la voluntad.

Tenemos que aprender a perdonarnos a nosotros mismos por el presente y el futuro. Mientras continuemos teniendo hacia nosotros la misma actitud que teníamos en el pasado, no podremos perdonarnos por éste. Y, sobre todo, tenemos que llevar mucho cuidado con asumir una excesiva responsabilidad y culpa por las acciones y sentimientos de otras personas. Tenemos que considerar que, aunque hayamos cometido una falta contra otro, lo cierto es que el otro también tiene su responsabilidad al permitirte que le hirieras, le insultaras o le maltrataras de alguna forma. Por esto, es muy importante que sepamos situar adecuadamente los límites de la responsabilidad.                                          


                                                      Juan José Regadera. Murcia, 10 de diciembre de 1998                                                                                                                                               

                     

        

                                   Hasta pronto                                   

     

 

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