Me siento solo en mi ciudad. Psicoterapia humanística y existencial

Ilustración de Juanj3D Artist

Partitura musical compuesta por Achokarlos para "Me siento solo en mi ciudad"

Me siento solo en mi ciudad

Psicoterapia humanística y existencial

La experiencia íntima de soledad produce un estado de malestar que no puede tolerarse durante mucho tiempo. ¿Cómo podemos protegernos del temor al aislamiento, de la sensación interior de soledad? 

Una forma de conseguirlo sería quedándonos con una parte de ese aislamiento dentro de sí mismo y soportarlo con valor. Otro modo, sería abandonar la soltería y entrar en relaciones con otra persona, alguien parecido a nosotros. 

La principal defensa contra el terror a la soledad radica precisamente en la relación, en la relación con los demás. 

Ninguna relación puede eliminar el aislamiento. Cada uno de nosotros está solo en su existencia. Pero la soledad puede compartirse de tal manera que el amor compense el dolor del aislamiento. 

Si somos capaces de reconocer nuestra situación de aislamiento en la existencia y confrontarla con resolución, también seremos capaces de acercarnos afectuosamente a otras personas. Si por el contrario, estamos sobrecogidos por el temor ante el abismo de la soledad, en realidad no extendemos los brazos para acercarnos a otros, sino que los golpeamos para no ahogarnos en el mar de la existencia. En este punto, nuestras relaciones con los demás no son verdaderas relaciones, sino desviaciones y distorsiones de lo que pudieran haber sido. Nos comportamos, pues, con los demás seres como si fueran instrumentos o piezas de un equipo. 

Para comprender auténticamente lo que una relación es, antes es necesario entender lo que una relación puede llegar a ser. La pregunta sería: ¿Cómo es posible amar a otro por sí mismo y no por lo que el otro nos proporciona? ¿cómo podemos amar sin utilizar? 

Si nos relacionamos con otro reteniendo una parte de nuestro ser, no entregándonos plenamente; o si, por ejemplo, nos relacionamos con codicia o anticipando un beneficio; o si permanecemos en una actitud objetiva, como si fuéramos un espectador, preguntándonos cuál es la impresión que está causando en el otro mis acciones, quiere esto decir que hemos transformado el encuentro “tú – yo” (que es una relación recíproca y supone una experiencia plena con la otra persona) en un encuentro “yo – ello” (que es una relación funcional entre un sujeto y un objeto, en la que no existe reciprocidad).

Si, por el contrario, tratamos de relacionarnos verdaderamente con otro, entonces trataremos de escucharle de verdad renunciando a los estereotipos y prejuicios que sobre él pudiéramos tener, y dejaremos que influya sobre nosotros con sus respuestas. 
Para relacionarnos con el otro sin necesidad tenemos que perdernos o trascendernos a nosotros mismos. El modo básico de la experiencia “yo – tú” es el diálogo, a través del cual, ya sea silenciado o hablado, cada uno de los participantes está pendiente del otro u otros en su ser particular, y se dirige a ellos con la intención de establecer una relación viva y mutua entre él y los otros. El diálogo es simplemente dirigirse a otro con la totalidad del propio ser. 

Pero, ¿es posible aproximarnos al otro siempre con la misma intensidad? 

Evidentemente no. Aunque el encuentro “yo – tú” es el ideal que todos debemos tratar de realizar, lo cierto es que solo existe en raras ocasiones. Nos vemos obligados a vivir primordialmente en el mundo del “yo – ello”. 

Si viviéramos en el mundo del “tú” nos consumiríamos en las llamas. 

Pero volvamos a nuestra pregunta inicial: ¿Cómo es posible relacionarse con otro de una manera libre de necesidad? 

1. Amar a otro significa relacionarse con él de una manera generosa y desprendida, de tal manera que uno se desprenda de la autoconciencia. Uno se relaciona libre de la preocupación predominante de ¿qué piensas de mí? o ¿qué provecho saco yo de todo esto?. No busca la alabanza, la adoración, el desahogo sexual, ni el poder, ni el dinero. Uno se relaciona solamente con la otra persona; no hay terceras personas, ni reales ni imaginarias, que presencien el encuentro. En otras palabras, uno debe relacionarse con todo su ser: si una parte de uno de ellos se encuentra en otra situación – por ejemplo, estudiando los efectos de esa relación sobre una tercera persona -, éste habrá fallado en la relación. 

2. Amar a otro significa conocerlo y experimentarlo con la mayor plenitud posible. Si uno se relaciona sin egoísmo, es libre de experimentar todas las partes del otro, y no solo la parte que le sirve a uno para un fin utilitario. 

3. Amar a otro significa interesarse por el ser y el desarrollo del otro. Con ayuda de todo el conocimiento que uno posea y de lo que aprenda escuchando al otro, se le ayuda a mantenerse plenamente vivo en el momento del encuentro. 

4. El amor es activo. El amor maduro es amar, no que le amen a uno. Uno da amor al otro, no cae a sus pies. 

5. Amar a otro es una manera de estar en el mundo; no es una conexión mágica, exclusiva y escurridiza con una persona en particular. 

6. El amor maduro brota de la propia riqueza, no de la propia pobreza; del desarrollo, no de la necesidad. Uno no ama porque necesite que el otro exista para que le sirva de complemento, para escapar de la soledad abrumadora. El que ama con madurez ha resuelto ya estos problemas en otro momento. 

7. El amor es recíproco. En la medida en que uno realmente se acerca al otro, uno se modifica. En la medida en que uno hace renacer al otro, uno mismo adquiere una vida más intensa. 

8. El amor maduro tiene sus recompensas. Uno se modifica, se enriquece, se realiza y se ve atenuada su soledad existencial. Amando, uno recibe amor. Las recompensas se dan, pero no pueden perseguirse.

Si no logramos desarrollar el sentido de nuestro valor como personas y una firme identidad que nos permita enfrentarnos al aislamiento, es decir, que consigamos hacernos cargo de la angustia en nuestro interior, estaremos alejándonos del camino más corto para conquistar la seguridad. 

Examinemos estos métodos de conseguir la seguridad y sus manifestaciones clínicas: 

En su mayoría tienen que ver con las relaciones. Como veremos, no en todos los casos el individuo se relaciona con el otro (es decir, no le ama), sino que más bien lo utiliza para una función. El terror, la conciencia directa del aislamiento y las defensas que elaboramos para aliviar la angustia, son inconscientes. Uno sabe solamente que no puede estar solo, que desea desesperadamente obtener de otros algo que nunca le es posible obtener por sí mismo y que, por mucho que uno se esfuerce, algo sale mal siempre en sus relaciones con los demás. 

Buscando el amor, las personas con trastornos de ansiedad escapan de la vaga sensación, apenas vislumbrada, de un aislamiento y un vacío en el centro mismo del ser. Al sentir que otra persona nos elige y nos aprecia, nos sentimos afirmados en nuestro propio ser. 

El sentido puro del ser, el “Yo soy la fuente de todas las cosas”, es una toma de conciencia aterradora por la soledad que ello implica. Por tanto, uno niega la propia creación y prefiere pensar que existe en la medida en que es objeto de la conciencia de otro. Pero esta relación está condenada al fracaso por múltiples razones. La relación generalmente falla porque el otro, con el tiempo, se cansa de afirmar la existencia del compañero; más aún, se da cuenta de que no le ama, sino que le necesita. El otro nunca llega a sentirse plenamente acogido, porque el individuo solo se relaciona con una parte, la parte que le sirve para afirmar su propia existencia. La solución falla porque es solo una tapadera: si uno no puede afirmarse a sí mismo, estará siempre necesitando que el otro afirme su existencia. 

Estamos permanentemente distraídos con respecto a la necesidad de afrontar el propio aislamiento. 

La solución fracasa también porque uno se equivoca al identificar el problema: considera que el problema radica en que no es amado, cuando, en realidad, es él quien es incapaz de amar. 

Como hemos visto, es mucho más difícil amar que ser amado y requiere una mayor conciencia y aceptación de la propia situación existencial. 

La persona que necesita la afirmación de otros para sentirse vivo tiene que evitar la soledad. La verdadera soledad está demasiado cerca de la angustia derivada del aislamiento existencial y el individuo neurótico la evita a toda costa: el espacio aislado se llena con otras personas, el tiempo aislado se extingue con las ocupaciones. Otros combaten el aislamiento escapando del presente, del momento solitario: se reconfortan con recuerdos gratos del pasado, o se proyectan hacia el futuro y disfrutan imaginando las peripecias y delicias de sus proyectos aún no realizados. 

Si, al relacionarnos con otros, nuestro principal objetivo es conjurar la soledad, entonces habremos transformado a los otros en piezas del equipo. Esto sucede con los contactos que mantienen dos personas que se utilizan mutuamente para llenar esta función y que encajan uno en el otro como una clavija en un enchufe, pero si uno de ellos se fortalece mediante una psicoterapia, el otro se derrumba. 
El problema de no ser amado suele ser casi siempre un problema de incapacidad para amar. 
Otro modo de combatir el aislamiento es a través de la fusión. Estas personas se suelen tachar de dependientes. Son personas que esconden sus propias necesidades, tratan de averiguar lo que los demás desean y hacen suyos esos deseos. Por encima de todo, procuran evitar las ofensas. Eligen la seguridad y la fusión por encima de la individuación.

El ser como todos los demás – el integrarse en el vestido, el lenguaje, las costumbres, el no tener pensamientos ni sentimientos diferentes – le salva a uno del aislamiento de la individualidad. 

Los enemigos de la conformidad son la libertad y la conciencia de uno mismo. 

La solución al aislamiento, a través del conformismo y la fusión, se derrumba cuando se plantean las preguntas: ¿Qué quiero?, ¿Qué siento?, ¿Cuál es mi meta en la vida? ¿Qué es lo que deseo expresar y realizar? 

La persona que busca la fusión, que es dependiente, obsequioso y sacrificado, que soporta el dolor porque de esta manera se salva de la soledad, que hace todo lo que el otro desea a cambio de la seguridad de fundirse con él, tiene una contrapartida curiosa: la persona que ha tratado de dominar al otro, de humillarle, de causarle dolor y de convertirse en su dueño absoluto, aunque parezca diferente al que se deja hacer, no lo es tanto, ya que como dice Fromm, “ambas tendencias son el resultado de una necesidad básica, que emana de la incapacidad para soportar el aislamiento y la debilidad de la propia persona”. Uno busca la seguridad dejándose absorber por el otro, y éste absorbiendo al primero.


Juan José Regadera. En Murcia, 2017

        

                                     Hasta pronto 

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