¿Sientes que eres un cobarde?. Conversaciones en los jardines de la Consulta doctor Regadera


¿Sientes que eres un cobarde?

Conversaciones en los jardines de la Consulta doctor Regadera 

Este nuevo formato de otoño, Conversaciones en la Consulta, que ofrece la Consulta Doctor Regadera, a puerta cerrada, tratará de un diálogo/entrevista entre el ponente que dará la Conferencia dentro del ciclo de seminarios En la luna también hay hierba , y un Superhéroe interesado en el tema objeto de debate. En el curso de este diálogo, el Superhéroe pedirá al conferenciante tres propuestas que, a su juicio, y en caso de poder ofrecerlas, podrían contribuir a mejorar la sociedad. 

Fecha: Sábado 3 de octubre 2020 
Título: “¿Sientes que eres un cobarde?” 
Ciclo: En la luna también hay hierba 
Ponente: Dr. Juan José Regadera 

Entrevistador: Superhéroe “¿Cómo te sientes?” 
Lugar: Jardines de la Consulta doctor Regadera, Murcia. 
Entrada: Gratuita 
Conferencia de Filosofía

“¿Sientes que eres un cobarde?” es el primero de una serie de seminarios que la Consulta Doctor Regadera impartirá dentro de su programa de conferencias, y que girarán en torno a la temática de la Cooperación y la Individualidad. En esta ocasión, el autor nos expone algunas de sus ideas que, extraídas de la lectura de las obras de los filósofos Sartre y Ortega y Gasset, cineastas como Vittorio de Sica, y el investigador genetista y psiquiatra Cloninger, nos acerca al difícil campo de las relaciones sociales y al papel que desempeña la mirada en el desarrollo de la identidad personal. 

Buenos días, Doctor, 

¿TIENE usted CONCIENCIA DE SÍ? 

En este lugar en el que me encuentro, nuestro mundo, al que la conciencia se hace presente, me sobreviene, no siempre deseándolo, un acontecimiento extraordinario: el encuentro con otra conciencia que no soy yo. 

Este mundo hacia el que me encamino, responsablemente y a diario, y que trato de superar sin detenerme, con riesgo, con decisión, equivocándome. Es lo único con lo que cuento. Pero he aquí que encuentro, en medio de las cosas que me rodean, otra mirada. 

Esta mirada, puesta sobre mí, me considera, a veces, parece rechazarme, me enseña que jamás me podré ver a mí mismo como son vistas las cosas por mí. Tengo la revelación de esta experiencia porque, en ocasiones, tengo vergüenza. Y también, porque en ocasiones, me resulta intolerable asumirla. Ser consciente de ello, no es fácil. Me hace acobardarme. 

El encuentro con “el otro”, con otra consciencia que no es la mía, es pues la mayor revelación de que tengo conciencia, y es a su vez, el mayor temor, por la posibilidad o imposibilidad en la que me encuentro de no asumirlo o aceptarlo. Pero la vida me empuja, me obliga a sentirme mirado. 

Y dígame Dr. Regadera, ¿Cómo disfrutar de las relaciones humanas sin sentirnos desesperados, sin necesitar tranquilizantes, alcohol o sustancias? 

Solo tengo una única salida: enviar mi mirada a esa mirada, amablemente, sin zozobra, sin temor, con calma, porque si miro a esa mirada, no veré una mirada unida a un cuerpo, sino unos ojos que tras de sí ocultan otra conciencia que no es la mía. Otro ser que, tal vez, siente como yo. 

Ser consciente de esto, saber que en el mundo hay otras conciencias aparte de la mía, me obliga a sentirme mirado, a vivir mirado. Me enseña que puedo ser visto como son vistas por mí todas las cosas a mi alrededor y que jamás sabré realmente que es lo que piensan los demás de mí. Esta revelación, no saber qué piensan de mí, podíamos ilustrarla con un ejemplo: el de una persona sorprendido cuando está mirando por el ojo de una cerradura. 

Hay algo de intolerable en la mirada del que nos sorprende infraganti. No solo por lo grotesco y vergonzoso de la situación, sino también, porque transforma nuestra acción de mirar en gesto, dejándonos “petrificados”. La sustancia de nuestro gesto, la petrificación, es la mirada mortal de “Medusa” a través de los ojos de los demás. 

Como ustedes verán, en el ejemplo anterior, esta experiencia, sentirme mirado, “mirando fijamente” por el ojo de una cerradura, puede llegar a ser espeluznante por la responsabilidad de asumir mis acciones. Es entonces, cuando la conciencia nos hace cobardes. 

El ejemplo elegido para ilustrar la cobardía es ciertamente ambiguo y puede parecer contestable, pero no hay que tomarlo como una ilustración exacta y concreta del acontecimiento. Lo hemos escogido únicamente para hacernos comprender por analogía el cambio que se opera en nosotros cuando en pleno despliegue de nuestra actividad asumimos riesgos con valentía (esto es, tomamos decisiones arriesgadas) que consideramos privadas, y la transformación que sufrimos cuando sintiéndonos forzados a elegir entre distintas opciones, que, siendo públicamente informadas, ante el temor a equivocarnos, dudamos sobre cual debe ser la decisión auténtica y preferimos no hacer nada. 

Pero existe un modo positivo de enfrentarnos con la mirada del otro. Manteniendo la calma. Solo así, tomamos posesión de nuestra existencia. En la calma, nos humanizamos. Es en la calma, no en la congoja o en el apuro, cuando verdaderamente decidimos. Es en la calma, donde tomamos conciencia poniendo orden en ella. 

¿Podría explicarnos qué formas de conciencia nos ofrece el devenir histórico? 

Si nos desplazáramos a la época medieval, sentiríamos fuertemente la presencia de los otros, arropados por un sentimiento de colectividad y sentido comunitario fruto del desamparo y la oscuridad propias del medievo. 

Si nos desplazáramos a la época Jónica (h. 750-500 a.C.), la orilla de la antigüedad griega, podríamos leer, como escolares, las grandes epopeyas de Homero. Bordearíamos las playas, grano a grano, de Tales, de Anaximandro, Anaxímenes, Jenófanes, Parménides, Pitágoras, Anaxágoras, Zenón y Heráclito, sobre el significado del agua, el aíre, el fuego, la tierra, el “ser”, la armonía, el orden, la razón, el devenir, el amor, el odio, el caos. Nos “conoceríamos más a nosotros mismos” pero sin ampliar demasiado la órbita ordinaria de nuestra conciencia conectada más al cosmos y a la unidad dentro de un todo, que a una conciencia autónoma y fundadora del conocimiento. 

Si nos desplazáramos a la época renacentista (s. XIV-XV), la conciencia subsiste por sí misma adquiriendo señorío y soberanía. Transformando radicalmente la mentalidad, abocada, principalmente, al individualismo y al mundo interior. Es el siglo de los grandes cambios en economía (con el despegue del capitalismo), sociedad (la ascensión de la burguesía que modela a un hombre distinto apegado a la riqueza e inclinado por el mundo sensible) demografía (revitalización de las ciudades), descubrimientos científicos (Copérnico, Kepler, Galileo), floración de la técnica (aparición de la imprenta, brújula, fundiciones), expansión de la cultura (Universidades), y de un diferente concepto de la política (Maquiavelo). 

Según he entendido bien, doctor ¿Qué papel representa “el otro” en la constitución de nuestro carácter? 

Como dijimos, la etapa renacentista vino acompañada de un cambio de mentalidad y de una nueva concepción de la persona que, sin obviar las bondades conseguidas, ha terminado convirtiéndose, por paradójica que parezca, más en un problema acaecido en forma de preocupaciones, desasosiego, zozobra, angustia y temor, que en una solución. 

La modernidad trajo consigo la afirmación del individualismo y, con ella, la capacidad para intervenir y transformar el mundo. La persona se convierte en protagonista de la historia, dueño de sus fuerzas. De aquí partirían uno de los pilares de la vida. Pero sobre todo y fundamentalmente, de las creencias del hombre actual. Lo que se ha venido en llamar “Cultura del narcisismo”

Y no es que los precursores de este movimiento humanista de cambio y transformación, Dante, Petrarca y Bocaccio, erraran en su espíritu renacentista al convertir a la persona en un nuevo “hombre”. Más bien, la puerta que abrieron en el ocaso del Medioevo, y que facilitó el transito de la colectividad a la individualidad, lejos del ideal anhelado, se ha convertido con el avance del tiempo, en nuestra humilde opinión, es uno de los mayores dramas de la humanidad, por la falta de solidaridad y cooperación, y el auge de la competitividad. 

No en vano, Hamlet (acto tercero, escena primera) se decía a sí mismo: 

“Ser, o no ser: ésta es la cuestión: si es más noble sufrir en el ánimo los tiros y flechazos de la insultante Fortuna, o alzarse en armas contra un mar de agitaciones, y, enfrentándose con ellas acabarlas…” 

Y, más adelante, continuaba: ”la conciencia nos hace cobardes a todos, y el colorido natural de la resolución queda debilitado por la pálida cobertura de la preocupación,… y pierden el nombre de acción…” 

Si Shakespeare, movido por el espíritu de su época, necesitó preguntarse acerca de su ser, y la conciencia de descubrirlo le hizo palidecer (“la conciencia nos hace cobardes”-se dijo-). Advertimos claramente que la noción de ¿quién soy? (“ser o no ser”) no puede de ninguna manera tomar de mí yo su origen en tanto que soy yo. Este origen lo encuentro en el otro. Sin cuyo intermedio no podría, a decir verdad, atribuirme ninguna cualidad. 

Este es el papel que representa el otro en la constitución de nuestro carácter. 

Y ya para terminar, ¿podría decirnos qué cualidades tiene el otro? 

Creemos haber aclarado, que la formulación de las preguntas que guardan relación con la existencia: ¿para qué hago esto? ¿por qué lo hago?, ¿quién soy?, ¿qué tengo que hacer en la vida?, y que modelan nuestro carácter, constituido a lo largo del desarrollo por mecanismos de aprendizaje en el medio sociocultural y que se compone de los valores, metas, estrategias de afrontamiento y esquemas sobre uno mismo, los demás y el entorno. No pueden venir únicamente de mí, sino que son adquiridos de “los otros” mediante procesos de simbolización y abstracción. 

Estos conceptos, la “Autodirección” (metas y valores), la “Cooperación” (respeto, dignidad, confianza, compasión, y capacidad de perdonar), y “Trascendencia” (idealismo, imaginación e intuición), tienden a modificarse a lo largo de la vida e influyen en las intenciones y actitudes voluntarias y en la efectividad personal y social. Podemos decir que aprendemos a diferenciar quienes somos cuando cambiamos nuestra conducta, nuestro concepto de “sí mismo” como resultado de la experiencia individual en relación con los demás. 

Por ejemplo, yo ni soy ni puedo ser “malo” para mí, de la misma forma que soy médico o mecánico. La noción de “malo” no puede tomar de mí su origen, de la misma forma que la noción de médico o mecánico no parte enteramente de mí. Este origen me lo atribuye el otro a través de las cualidades que hasta la fecha constituye el ser de médico o mecánico. 

Como puede verse, la forma como adaptamos nuestras emociones, pensamientos y acciones, en nuestro caso, aprehenderme como “malo”, es absorbida mediante la adjudicación de significados de los estímulos del entorno que emanan de la relación con los demás. La noción de “maldad” no puede de ninguna manera tomar de mí su origen en tanto que yo soy yo. Soy lo que soy. Y yo, por definición, no soy “malo”. Este origen se halla en el otro. 

Que sea una persona individual o altruista, cooperante o competitiva, no es algo que yo pueda atribuirme por mí mismo. Encontrare la unidad de lo que aspiro a ser en el instante vivido a través de los actos que libremente haya elegido. “Por mis frutos me conoceréis”. Solo así, rechazare el veredicto de los otros, aunque sólo sea para demostrar y reivindicar otras cualidades que no sean las que me quieren atribuir. 

Nuestras vidas, lejos de la dispersión de a horas puntuales y discontinuos, son una unidad de instantes vividos, palabras dadas y acciones concretas, que como péndulo de campana oscila entre individualidades y colectividades. Dependerá de nosotros experimentar la libertad de cómo mostrarnos dentro de la comunidad para favorecer acciones de reciprocidad. 

Sabido es, que la cooperación basada en la reciprocidad, por ejemplo, “dar los buenos días” , es solo eso, “buenos días”. Y esta reciprocidad, “dar los buenos días”, puede evolucionar y sostenerse, incluso entre personas que únicamente se preocupen de sí mismos, siempre y cuando exista la perspectiva de una interacción a largo plazo. Y eso dependerá de nosotros. No olvidemos que la gente hace lo que hace la gente. 

Según esto, Dr. Regadera, ¿Qué sucedería si al encontrarnos con un transeúnte le diéramos los “buenos días”? 

"Dar los buenos días” es una forma compleja y a la vez sencilla de cooperar en pro de una conciencia generosa, valiente y saludable donde “dar los buenos días” signifique verdaderamente ¡buenos días! 

Muy bien, muchas gracias, Dr. Regadera, por contestar a nuestras preguntas. 



En Murcia, a 3 de octubre de 2020

                                


Hasta pronto


Comentarios