¿Es la psicología la hermana tonta de la filosofía? De cómo el psicólogo que sólo sabe psicología, ni de psicología sabe. Filosofía

¿Es la psicología la hermana tonta de la filosofía? De cómo el psicólogo que sólo sabe psicología, ni de psicología sabe

Recientemente, una amiga recordaba que, siendo estudiante de historia, una profesora bromeaba con ironía de la creación, en el año 1970, de la sección de psicología dentro de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid; “ha nacido la psicología –decía la profesora-, la hermana tonta de la filosofía”. Mi amiga insistía que aún, a día de hoy, no entendía la ironía de la educadora. Traté de despejar su duda con un conocido aforismo que bien podría ser el eslogan de formación de todo psicólogo que se precie: “El psicólogo que sólo sabe psicología, ni de psicología sabe”. ¿Qué podrían tener en común un psicólogo y un filósofo para que la profesora de mi amiga ironizara con tanta dureza? Podría ser que la preocupada profesora dudara de la psicología en cuanto a su labor de crítica social que la filosofía sí realiza. Desde este punto de vista, la profesora no iba mal encaminada, “la psicología se hace la tonta” cuando no desarrolla una sociología crítica, cuando ella misma no hace autocrítica, tanto del saber-psicológico que se desarrolla en las instituciones, como de la función-profesional desempeñada por los propios psicoterapeutas. La profesora de mi amiga, profetizaba sobre la posible actitud conservadora de la recién nacida psicología. 

Según Ortega y Gasset, la vida se compone de vocación, circunstancia y azar. En mi caso, la vocación me llegó imitando a Miguel Hernández y a Sócrates, me seducía la habilidad de Sócrates por “sacar a la luz las ideas que llevamos dentro”. En otoño de 1975, la circunstancia me llegó cuando con 15 años pude colarme en las primeras clases de psicología impartidas en el Campus de la Merced de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Murcia. El azar se mostró de nuevo, en otoño de 1983, cuando decidí, para la asignatura de Psicología Social, llevar a cabo un proyecto bajo el título “La influencia de los valores en el arte” y que fue reelaborado diecinueve años después en formato de tesis doctoral, y ha terminado por convertirse en eslogan de mi modo de trabajar: “el arte de hacer psicoterapia”. 

Los chicos y chicas de los años 70, tuvimos una juventud renacentista marcada por el interés que tenían las Ciencias Humanas (Filosofía, Antropología, Sociología, Pedagogía). Compartíamos el legado de Unamuno de que “nada de lo humano nos era ajeno”, pudimos disfrutar del mayor concierto benéfico de toda la historia –“Concierto para Bangladesh”-; de la música y de la filosofía “Punk”-; de la crítica social visionada en el cine sobre temas de enajenación –“Alguien voló sobre el nido del cuco” de Milos Forman; “Quadrophenia” de The Who-, de alienación – “La naranja mecánica” de Stanley Kubrick-. Supimos del precio de la libertad –“escándalo Watergate” (dimite Richard Nixon)-; de los símbolos de poder –construcción de las Torres Gemelas de New York; de la fuerza de la acción política –la Revolución de los Claveles que acabó con la dictadura en Portugal-; de la llegada de la democracia a España. 

La atmósfera intelectual y humanística que respirábamos marcó mi curiosidad por los valores inconscientes y la relación de éstos con los valores conscientes, y de cómo ambos influencian en el proceso psicoterapéutico de la personalidad, la depresión y la ansiedad. Cuarenta años después, los valores humanos vuelven al epicentro de la cuestión. Las Torres Gemelas han desaparecido, el caso Bárcenas (junto a más de 400 políticos imputados) pone en peligro la democracia en España, y Urdangarín a la casa real española. Europa en su conjunto vive la mayor crisis económica y financiera de su historia. La comparación con los años 70 podría ser interminable. En este contexto social me surgen dos preguntas: ¿hacemos mal los psicólogos en reconsiderar la naturaleza de los problemas de la vida cotidiana en su raíz social, cultural, ambientalista y ecopsicológica, como modo de estar en el mundo y no tanto como entidades naturales de carácter neurobiológico, biológico y epigenético –todo ello, sin menoscabo de estas instancias? ¿La psicología debe dejar de ser “la hermana tonta de la filosofía” para convertirse en una ciencia equiparada a lo que serían las ciencias naturales, o más bien la psicología debería utilizar el sentido común y hacer que las personas reconsideren su trayectoria, sus asuntos y el horizonte de sus vidas? 

Si pudiésemos contemplar un problema puntual (local) de un modo global, y al revés, un problema global localmente, sería más fácil utilizar el sentido común, llámese también, sentido práctico, mundano o genérico que todos poseemos para no escatimar esfuerzos de cara a desenmascarar los asuntos de la vida cotidiana de todas las mentiras, engaños y autoengaños en los que caemos. Considerado así, ¿no sería el autoengaño una forma inteligente, en apariencia, de arreglar los asuntos de la vida diaria? Aquí de nuevo, la psicología debe dejar de ser “la hermana tonta de la filosofía”, porque aunque “el corazón tenga sus razones que la razón no entienda”, al mentirnos a nosotros mismos podremos salvar las apariencias y tener una salida exitosa. Sin embargo, la disarmonía entre ¿cómo soy? y ¿cómo me gustaría ser? en relación con nuestro esquema de valores tendrá un coste que denominaremos “la sociedad neurótica de nuestro tiempo”. 

Teniendo en cuenta que los problemas de la vida cotidiana son inherentes a la condición humana, y, por lo tanto, todos los padecemos, podríamos hacernos una nueva pregunta: ¿qué convierte un problema de la vida en un problema psicológico? 

Un problema de la vida se convierte en psicológico cuando para resolverlo necesitamos realizar un esfuerzo contraproducente. Un problema psicológico no es algo que tengamos dentro de nosotros, en la cabeza, en el cerebro o en la mente. Al mantener un esfuerzo permanente, nuestra atención se desplaza a un gran número de síntomas que van desde las quejas físicas, en apariencia corrientes, a sentimientos de rabia, rencor, odio, tristeza, insatisfacción, preocupación, desasosiego, rumia de pensamientos, desesperación, incertidumbre, miedo, etc. Las personas que solicitan nuestros servicios desean mejorar su autoestima, fortalecerse y pensar en cosas buenas tratando de ser positivos y de sentirse optimistas (todas ellas, estrategias de la psicología positiva y de otro tipo de psicoterapias). Sin embargo, hoy día, las nuevas técnicas psicoterapéuticas, como la Terapia de Aceptación y Compromiso, lo que intentan es desalentar a la persona en su empeño de pensar en positivo desenmascarando sus verdaderas preocupaciones, enfrentándolos a sus verdades existenciales, fortaleciendo su yo en “las duras y en las maduras”, mejorando su flexibilidad y un conocimiento de sí mismos que les permita tomar decisiones y resolver los problemas de la vida diaria. 

En nuestro trabajo, no prometemos “jardines de rosas” y si animamos a no sentir miedo de reconocer las “desdichas ordinarias que constituyen la vida”. Enseñamos que si uno acepta y se compromete a ver las cosas de este modo la vida transcurre mejor y se goza de mayores momentos de bienestar. Para conseguirlo debes distanciarte de los síntomas de malestar e intentar transcender tus propios límites y barreras a través de la imaginación, la conexión con la naturaleza, el idealismo y la intuición. Animamos a ir más allá del momento presente a través de metas, objetivos y propósitos, hacia un nuevo horizonte de vida basado en valores cargados de sentido y significación personal. 

En resumen, nuestra labor es atender y entender a las personas que enredándose en sus síntomas no logran eliminarlos, fortaleciendo su compromiso de actuar en una dirección de valores con el fin de reorientar su vida para recuperar el sentido del yo en el contexto de la relación con los demás. El planteamiento de nuestros estudios se caracteriza por un enfoque multidisciplinar que integra la psicología con la perspectiva histórica-cultural, la antropología y la filosofía fenomenológica-existencial en la línea de Husserl, Heidegger, Unamuno, Ortega, entre otros, sin dejar de lado, como decíamos más arriba, la biología, la epigenética y la neurobiología, todo ello, con base en la terapia contextual. De este modo, los problemas que tratamos son revisados en psicoterapia desde sus raíces culturales y aspectos filosóficos, a saber “estar-en-el-mundo” como forma de vida, la relación de uno con el mundo y el sentido común necesario para tratar con el mundo. Desde el punto de vista terapéutico, nuestra tarea es la de proponer un modelo de trabajo unificado entre psicopatología y tratamiento que englobe la naturaleza contextual e interactiva en la que se dan los problemas de la vida, contemplados éstos en la vertiente psicológica, filosófica e histórico-cultural en la que se producen. Este carácter interdisciplinar en el que debería desarrollarse toda labor terapéutica nos ha conducido a incorporar las neurociencias, las ciencias sociales y las humanidades (filosofía, literatura, historia, cine, música, etc.) a nuestra práctica diaria como si de un solo enfoque terapéutico se tratara.


Juan José Regadera. En Murcia, 2018

        

                                     Hasta pronto 




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