Cualquier artista (Sentido íntimo: Pinto, luego Existo). Filosofía del arte

Cualquier artista 

(Sentido íntimo: Pinto, luego Existo) 

Filosofía del artista


Resumen:

El autor, apoyándose en el pensamiento del filósofo francés del siglo XVIII, Maine de Biran[1], se centra en el yo del artista, de cualquier artista, un yo un tanto olvidado y maltrecho por el propio pintor que en su búsqueda del espíritu a través de la tela, nunca pudo perder de vista al cuerpo, en que aquel anda encarnado. La idea nuclear del trabajo del maestro se reduce al esfuerzo. Sabe de los condicionantes reales de la existencia humana, físicos, fisiológicos, sociales… sin embargo el artista no se reduce a ellas, sino que las transciende mediante el lienzo y la fotografía. De aquí, que cuando soy, decimos nosotros en boca del creador, no soy sino con ayuda de ti que eres mi espectador. Razón, naturaleza, sociedad y economía parecen hoy ser las coordenadas en que se mueve nuestros pensamientos contemporáneos, algo, por otro lado, irrenunciable, sin embargo, urge volver hacia el yo, he aquí la conexión entre el artista, cualquier artista, y el meditador de Grateloup.

Presentación

La noción de “sentido íntimo” presente en la obra de cualquier artista tiene para el creador un carácter técnico y, en todo caso, central. Se trata de una “idea primitiva” que el inconsciente del pintor creo posiblemente en la adolescencia mediante la queja y el lamento, y que podemos expresar mediante el Cogito cartesiano, y, adaptado a nuestros propósitos, yo lo expresaría, con el pinto luego existo. 

Las pinceladas del artista, no se limitan a expresar una técnica indubitable, a salvo de ataques mal intencionados, pues expresa “el sentimiento de una acción y de un esfuerzo querido”. El esfuerzo, es “la idea primitiva”, y, en esta circunstancia, la noción de “sentido íntimo” que hoy venimos a tratar aquí en la persona de cualquier artista se halla estrechamente relacionada con la idea de resistencia. Resistencia ofrecida por el mundo EXTERIOR –en la etapa de plenitud juvenil- que constituye la mejor, si no la única, prueba de su lucha por la vida. 

El pintor en su mundo

El artista, hubiera necesitado calma por encima de todo, sin embargo, esta lucha por la existencia, fuera de los retazos del lienzo, en la que difícilmente se sentía en paz y desencajado del mundo que le tocara en suerte, comenzaría en la niñez de cualquier artista y particularmente en la etapa del colegio, primero, en una impresión “física”, para terminar convirtiéndose en algo metafísico. De aquí, que su obra nos muestra, muy especialmente, la resistencia frente a un mundo cruel –como una llaga que nunca termina de sanar- en relación con posibles modos de reacción ante el cuerpo físico, que no era otro, que el torso del autor. 

La sustancia exterior de cualquier artista, supone impresiones de resistencia que se hacen distintas por medio de la sensación de movimiento percibida por la vista. 

Esta sensación de movimiento recogida por el espectador esta relacionada con la de voluntad en la firmeza del trazo que la ejecuta. La mirada del espectador siente como el artista se esfuerza por mostrar las formas y contornos. El artista existe a través de la voluntad del movimiento dando con ello la impresión o la conciencia del yo, un yo reconocido por el espectador como algo distinto de las demás existencias que lo rodean. Y esto, que el pintor nos muestra en el lienzo, únicamente puede adquirirse mediante la conciencia de un esfuerzo querido; que, en una palabra, el yo del maestro reside exclusivamente en la voluntad. 

Una idea parecida a la aquí expresada se encuentra desarrollada por Maine de Biran como fundamento de su análisis de la conciencia de voluntad y, en último término, de la libertad. Maine de Biran retoma el principio de Descartes que nosotros hemos reelaborado como: pinto, existo. 

Cualquier artista, descendiendo en si mismo, intenta caracterizar a través del lienzo un físico renovado que su inconsciente guardo en la adolescencia y que se supone constituyó toda su existencia individual. Este esfuerzo de transformación de la idea originaria del físico por él retenido es el modo fundamental que el pintor ha buscado y analizado a través de caracteres o signos, dando con ello alarde de substancia, fuerza, sensación, sentimiento de una acción o de un esfuerzo querido. 

La reflexión del artista

La obra del filósofo francés del siglo XVIII Maine de Biran, y la de cualquier artista tienen en común la noción de un “sentido íntimo” o de un “sentido interno” de carácter espiritual más básico que los sentidos externos. 

El artista, al igual que Descartes, Malebrache y los autores de la tradición agustiniana, comparte lo que ellos llamaban “el tesoro de mi espíritu”. Tesoro de una realidad “interior” e “intima” en cuyo fondo anida la verdad. Una verdad que se nos muestra por iluminación “propia”, por debajo de la variedad de deseos o caprichos accidentales que pudieran sobrevenirle ocultando su profunda verdad. 

Cualquier artista, con su espíritu romántico e innovador, quiere una cosa, por nada del mundo hubiera abandonado el precioso tesoro de su yo. 

Su obra pictórica ha consistido en gran parte en una anotación de “experiencias de la conciencia” en el curso de una evolución que transcurre desde su infancia y adolescencia hasta la meditación introspectiva de sus propios estados psíquicos y fisiológicos. Y en este devenir del tiempo, el pintor ha llegado a la concepción de que la consciencia, entendida como una substancia independiente, solamente existe en cuanto esfuerzo opuesto a la resistencia de los otros. 

El ensimismamiento del pintor

La resistencia de los otros, vivida por el artista desde su adolescencia, se da, en efecto, la conciencia del yo. Un yo sin posibilidad de separarse del lienzo del que ha sido engendrado desde la niñez. He aquí su experiencia, que como reducto de intimidad frente al propio cuerpo está por encima y fuera de la órbita de los otros. 

Esta búsqueda continua de su introspección hacia un centro permanente (el lienzo bañado de blanco inhóspito) en medio de la inestabilidad de los “estados” del mundo exterior, le da una “facultad activa” que permite eludir la disolución del “yo” provocada por el encuentro con los demás. Fortaleza ante la resistencia exterior, he aquí, de nuevo, el tesoro de su yo. 

El mundo interior tiene puestos sus cimientos sobre el mundo exterior

Cuando miramos un cuadro de cualquier artista, la distinción entre la sensación y la percepción, no es sino la distinción entre la impresión pasiva provocada por lo externo (su cuerpo) y la impresión activa de la actividad interna (su espíritu); cada lienzo, cada nuevo retazo, cada fotografía, no es sino la generalización de la distinción entre lo activo y lo pasivo en todos los “estados” y en todos los “hábitos”. 

Su insistencia en la impresión interna a partir de la externa tiene su punto de apoyo en el plano de lo íntimo de lo que sólo es válido para el artista el mundo físico. 

Como podrán ustedes apreciar, a lo largo de toda su obra, el artista, insiste continuamente en el carácter dinámico, funcional, de las actividades que va descubriendo poco a poco a media que revela las falacias de la derivación de lo interior a partir de lo exterior. 

He aquí, de nuevo, la insistencia del artista, en el sentimiento de resistencia –la de posiblemente un mundo hostil, vivido en su infancia y adolescencia con experiencia de bulling y acoso escolar- donde se encuentra hoy día uno de los problemas fundamentales del análisis psicológico. 

La cuestión de la dualidad de lo activo y lo pasivo, el problema de la liberación de la propia voluntad respecto a la coacción física o fisiológica, en ello reside –decíamos antes-, el tesoro de su yo. 

Su esfuerzo ha chocado tantas veces con el obstáculo de lo externo que se ha visto privado de libertad. Y ya que la libertad nos es dada, finalmente, en la conciencia plena de la acción volitiva, sus lienzos, las obras del artista, guardan para mi, como espectador pasivo, el origen de todas las facultades, con inclusión de las intelectuales, aquellas que nacen de la experiencia intima del dolor, del sufrimiento que vitalizan la voluntad hacia un esfuerzo activo. De nuevo, mi mirada se encuentra con el tesoro de su yo. 

El yo no es una cosa. ¿Qué es entonces?

El yo es el esfuerzo y en el esfuerzo yo soy una fuerza, una causa. La causa es el yo que resulta del choque contra la resistencia del mundo exterior (herido y doliente). 

Me haré otra pregunta, ¿cómo ha podido cualquier artista concebir algo exterior extraño a él –el mundo de los otros- y transformarlo en su yo? si de la contemplación de sus obras no lo he entendido mal, cuando el artista reflexiona sobre sí mismo, cuando el pintor no ha podido identificarse con su cuerpo objeto del acto de reflexión, su yo, no puede ser más que el alma concebida como fuerza substancial fuera de la conciencia. Y esto es, lo que ante ustedes está, que la persona del pintor es dueña de sus actos porque es ante todo y sobre todo dueña de sí misma. Por eso pinta luego existe. 

En el artista, la distinción de vida humana y vida espiritual es la consecuencia de una tendencia a la diferenciación que no puede quedar detenida en el mero reino de lo psíquico y que, al final, revela en éste la presencia del espíritu y aún de un espíritu capaz de alcanzar la región de lo cotidiano e irrelevante del ser. 

Sí, el maestro, ha demostrado voluntad para mostrar la experiencia interna como origen y raíz del conocer, de un conocerse a sí mismo. 

La vida espiritual, enteramente libre y vinculada a lo orgánico en los cuadros del artista, es una vida distinta, pues muestra las etapas que, a su vez, pueden ser consideradas jalones a lo largo de un complejo itinerario. Cualquier artista conversa consigo mismo a lo largo de una “creación continua”. 

La conciencia surge en y por el esfuerzo

Esa creación continua, como venimos diciendo, es VOLUNTAD. Los cuadros del artista muestran la incitación de lo deseable, parten del fondo del alma, que es su raíz. Y si no procediera al mismo tiempo de la inteligencia, no sería más que deseo, instinto, pasión, pero no voluntad. Una vez más, para el artista, no hay acto humano verdaderamente voluntaria sino el que procede tanto de la incitación interna como de la razón. Sus obras son su experiencia, la experiencia del que busca reconocer su propia naturaleza, dañada por la existencia, en el sí propio de su intimidad.

El pintor, muestra su cuerpo, demuestra la libertad moral en el cuerpo. Hay cuerpos, porque los veo y los toco, dirían ustedes. Esta prueba es absolutamente buena. Y, el artista, muestra su libertad moral, porque la siente el espectador en su mirar. Cree tocarla. Cada día, el espectador, se viste y se desviste, ocurre a cada instante, y este hecho que veo en mi, que he visto mil veces, lo tiene el espectador en cada lienzo, en cada fotografía. A esto lo llamo, libertad. 

¿Cómo ser de verdad yo mismo?

Conocer y querer, o inteligencia y voluntad son, de raíz, acción o esfuerzo. ¿Cómo ser de verdad yo mismo? se convierte así en ¿cuánto puedo?. Sí, cualquier artista descubre su sentido íntimo en un penoso análisis que intenta saber de sí, y en este camino halla el yo como voluntad, como esfuerzo, que se ejerce frente a un mundo que muestra su realidad en la resistencia de los otros. Cuando soy –nos diría el artista- digámoslo así, no soy sino con ayuda de ti que eres mi espectador. 

Podemos hablar de la esencia del artista porque estamos refiriéndonos a sus cuadros. Y de esta inseparabilidad de ambos términos, la esencia del cuadro y la esencia del artista, brota el yo. Estamos pues, ante un tipo de realidad muy particular, porque al yo del artista no le basta con que sea, con que esté dotado de existencia real, o para entendernos, “extramental”, es decir, ser una pura idea, sino que precisamente este yo ha de estar mostrado o revalidado su ser ante él mismo, ante el pintor, y que se ofrezca o presente poniéndose delante a la manera de algo que ha sido arrojado ante el espectador. 

El cuadro –la cosa en cuanto conocida por el pintor, o tomada como hecho tangible- goza así de una existencia peculiar y distinta a la propia, y se injerta en la del artista. Brentano, otro filósofo del siglo XIX, llamo a esta particular forma de hallarse algo en o ante el conocedor –en nuestro caso el pintor- con una palabra que siempre necesito ir acompañada de aclaraciones a pie de página de los traductores: la llamo inexistencia –entendida, claro es, como existencia en. De modo que, a fin de cuentas, para que exista algo que podamos considerar como un hecho ha de coincidir, en el caso que nos ocupa, el cuadro con el pintor; es decir, ha de saberse a sí mismo con el cuadro, y gracias precisamente al cuadro –pues sin él, no hay yo. He aquí, como ser de verdad yo mismo. 

Nuestro artista ha mostrado con sus obras el mundo interior, iluminado por la peculiar claridad que llamamos conciencia, se presenta como una fluencia temporal en que los “cuadros inexistentes” –recordemos a Brentano- o contenidos allí expresados se van sucediendo unos a otros. ¿Y cual de éstos cuadros podría reclamar una prioridad sobre los otros, hasta parecernos conditio sine qua non de la existencia del pintor? ¿Habrá un cuadro constante, por debajo de todas las apariencias? Cada cuadro o fotografía del maestro patentiza el conocimiento que sobre sí tiene el pintor, al tiempo que pone de relieve la continuidad o unicidad de su yo en medio de aquella variación de lienzos, texturas y fotogramas. Cuando decimos que el artista posee sus actos porque antes se posee a sí misma, ¿qué queremos decir? 

Evidentemente, que el artista puede aparecer de algún modo previo a su actuación. Con lo cual, el pintor, sólo se manifiesta en la experiencia en y por su relación activa con su cuerpo. Los pasos previos que habían de conducirle a la respuesta a esta pregunta son muy claros. El espectador lo que tiene ante sí, lo que el pintor supo resolver como problema acaecido en su adolescencia, el artista lo trato con la eficacia real de la voluntad. Desarrolló el hábito de pintar rompiendo así la distinción entre actividad y pasividad que subyace en todo ser humano. Por su dimensión pasiva, la persona queda absorta en lo que experimenta hasta el punto de no separarse de sus propios estados, y consiguientemente, de no poder decir siquiera “yo”; la actividad, en cambio, nos desdobla y en el esfuerzo y por el esfuerzo acontece el conocimiento. Aquí se nos muestran sus cuadros y su modo peculiar de enfrentarse con su conflicto. Aquí entra el hábito: se produce un esfuerzo que funda el conocimiento de si mismo al realizarse el enfrentamiento dinámico del pintor con el lienzo, y de este modo, podrá y tendrá que ocurrir en tal caso lo que sucede con toda habituación, y es lo que ve y aprecia el espectador, que se ha alcanzado la perfección y precisión enorme a través del acto de pintar disminuyendo así la conciencia de dolor y sufrimiento que el pasado acarreó. 

Conclusión:

Hemos analizado la figura del artista no desde la perspectiva biográfica del “sentido” de la obra, sino desde la biológica de la “fuerza” (la resistencia). Si analizamos la trayectoria personal de cualquier artista en su conjunto, en un principio había comenzado por inquietarse ante la dificultad de descubrir una medida con que calibrar el alcance de su producción propia (recordemos su etapa paisajista, o los detalles anecdóticos del mar y la belleza de los faros), luego sus intereses se situaron en un orden distinto, el de averiguar cuál de las orientaciones posibles a tomar es la que resulta, para su yo, estrictamente verdadera. Y, he aquí, que el pintor está ahora en condiciones de dar respuesta a ¿cuánto puedo?, y, a juzgar por la obra, si tuviéramos que decir lo que puede él solo, habrá que decir que menos de lo necesario para ser quien es, porque cuando se es, lo soy con ayuda del espectador. Sin su presencia estaría abocado al fracaso. 

Bibliografía 

Carpintero, H. (1970). Teoría psicológica y experiencia vital en Maine de Biran. Tesis Doctoral. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Madrid. Madrid. 

Marías, J. (1996). El tema del hombre. Madrid: Espasa Calpe. 

Ferrater, J. (2001). Diccionario de filosofía. Tomo II y IV. Barcelona: Ariel, Ed. 

[1] Biografía: Nació en Bergerac en 1766, y moriría en Paris en 1824. Pierre Maine de Biran resulta ser una figura bien estudiada y mal conocida. Se formó en el seno de dos corrientes: ilustración y naturalismo, y se encontró, más adelante, en un mundo nuevo, el Romanticismo. En cierto modo, Main de Biran, traspasa el umbral entre dos edades, nació “moderno” y murió “contemporáneo”.



Juan José Regadera. En Murcia

        

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